Durante décadas, los astrónomos han dado por segura una colisión entre la Vía Láctea y la vecina galaxia de Andrómeda o M31, un coloso de 200 000 años luz de diámetro, el doble que nuestra galaxia. Un choque entre ambos gigantes desencadenaría una oleada de nacimientos estelares, supernovas y, posiblemente, el cambio de órbita de nuestro Sol. Las simulaciones de hace unas décadas sugerían que este desenlace era inevitable. Sin embargo, un reciente estudio publicado en la revista Nature Astronomy desafía este escenario tan poco gratificante para la Vía Láctea, reduciendo a un 50 % la probabilidad de este destino fatal. Ahora se trata de un juego a cara o cruz.