Pensándolo bien...

null EL ALMA EN LAS MÁQUINAS

Vivimos sumergidos en un mundo que nos amenaza por todos lados con la invasión de la Inteligencia Artificial. Y es subyugante. Todo a nuestro alrededor concita el concurso de máquinas construidas con objeto de suplir trabajos y esfuerzos que otrora fueron exclusivamente humanos. Ciertamente, muchos de ellos lo hacen con ventaja notoria. Veamos brevemente algunos elementos que han jalonado la evolución de las máquinas y el progreso.

Decía Ortega que sin la Técnica el hombre no habría existido, ni existiría jamás. Y no era una exageración.  Mientras que la Ciencia pretende desvelar los secretos de la Naturaleza, la Técnica, adapta la Naturaleza para hacerla asequible a la persona. Descartes segmentó el estudio de la Naturaleza (Universo) en tres partes, claramente indiferenciadas y confusas hasta entonces: el mundo externo, el alma humana y Dios. La aportación significativa consistió en concretar lo que inició Pitágoras proponiendo que en el subsuelo de la Naturaleza habían leyes y que no se trataba de que los Mitos y Leyendas, dioses y acólitos,  manipularan la Naturaleza a su gusto y placer y según intereses que nunca aclaraban ni su paternidad ni las auténticas pretensiones.  En Descartes se renovaba la abolición de creencias supranaturales. La Naturaleza era posible estudiarla, así como sus leyes sin entrar en ninguna clase de conflicto, ni moral ni intelectual. No se limitó a la formulación del análisis, sino que aportó el método en su famoso Discurso del Método de 1637. Ahora, el problema se intelectualizaba reduciéndolo a los principios más básicos posibles; después se elaboraban, extraían desde la razón “verdades” sobre ellos, que se reunían desde un análisis que permitía extraer un conocimiento global sobre el problema inicialmente planteado.

Poco después (1687), irrumpió el genio arrollador de Newton formulando los postulados que regían los objetos inanimados. Es una obra titánica, descomunal, la de Newton. No solo un alarde de imaginación, hoy imposible de visualizar. Tuvo que superar, no solo los prejuicios de la época, sino los suyos propios. En su época los objetos estaban inspirados por su propia alma. La magia y la superstición ambientaban el entorno acientífico generalizado. Todo cuanto hemos avanzado y el progreso alcanzado deriva de estos momentos históricos. Las propuestas de Pitágoras no fueron capaces de cristalizar hasta pasado un milenio, cuando Galileo retomó la cuestión de la búsqueda de las leyes de la Naturaleza, agregando la necesidad de la observación y la derivada del contraste y comparación de los resultados, así como la exigencia de su  repetibilidad. La falsabilidad ya estaba implícita en los marcos conceptuales formulados. Newton recoge las ideas incipientes de Galileo y las potencia con una audacia inusitada. Todo el avance actual se fundamentó en aquellas propuestas que movilizaron el intelecto y progresivamente enriquecieron los escenarios en los que se impulsaría el progreso y el desarrollo.

El desarrollo de la técnica vino de la mano del avance científico. Irrumpió la era de las máquinas. Las primeras fueron toscas, rudimentarias, imitando la factura humana; fuerza que superara la humana, empuje que nos supliera, ventajas operativas reduciendo esfuerzo. No habían perspectivas de nada que se pudiera considerar patrimonio de la intimidad de la persona. No habían aspectos morales. Eran máquinas sin ética, que sirvieron para el bien o para el mal, según el leal saber y entender de aquellos que disfrutaban de su patrimonio. El efecto pernicioso de la sustitución del trabajo, evacuando al humano que quedaba vacante, fue respondido largamente con acciones de exterminio no solo del invento, sino del inventor. El proceso duró mucho tiempo. Finalmente se fue imponiendo la sustitución, sin guía ética de las máquinas.

Por otro lado, la filosofía no abordaba todavía con el rigor necesario los aspectos relacionados con el análisis del alma, aún cuando haya recibido mucha atención desde muchos puntos de vista y durante largo tiempo, como probablemente aconteció desde los primeros instantes de la Humanidad. El estudio del cerebro, cada vez más atrevido y profundo, por mucho que quede por desvelar, va impulsando en la dirección de considerar de cerca y con más énfasis las cuestiones relacionadas con el alma.

Hoy se abre una perspectiva mucho más amplia que tiempo atrás. Hoy, quizás, nos vemos impulsados a preguntarnos por el alma de las máquinas. Seguramente, no se trata de reflexionar sobre aspectos esenciales de aquélla, sino que prescindiendo de si somos capaces de comprender o no, la cuestión es centrar la idea de si tenemos capacidad de simularla artificialmente. No es cuestión de atrevimiento solamente. Alcanzado el grado de desarrollo y las capacidades para construir máquinas avanzadas, dotadas de algoritmos poderosos que no solo responden a reglas, sino que pueden inferir éstas desde la observación y reflexión empírica, reparamos en aspectos de mayor intimidad. Por ejemplo, sabor y sonido, sentidos primitivos, conectados casi directamente con el cerebro, permiten reparar en que todo lo que es amable, nos hace sentir bien. El contenido de los sonidos es determinante para provocarnos desde temor hasta placer. Aceptamos de buen grado las voces artificiales. Las palabras amables, sean humanas o artificiales, son agradables y bien recibidas. Si son suaves y lentas, sin estridencias, son especialmente bien recibidas. Voces artificiales bien pudieran ser compañeras inseparables en la edad avanzada.

Es previsible que una legión de algoritmos superen la barrera defensiva de la intimidad y nos alcancen en un futuro inmediato. Tendremos que hablar con máquinas dotadas de Inteligencia artificial como si se tratara de personas. Incluso nuestras reglas conductuales podrán tratarlas como si se tratara de humanas, rechazándolas o aceptándolas en las mismas tesituras que las naturales.

El marco en el que hoy inscribimos nuestra existencia nos introduce, de nuevo, el interrogante sobre el alma de las máquinas. Para las rudimentarias del pasado, teníamos pronta respuesta. Hoy ya va siendo más complicado definirse acertadamente. Los argumentos exigen una profundidad poco usual, pero nos vemos impelidos a considerarlo, porque podrán ser no demasiado profundos, incluso no serán aceptables divagaciones sobre la naturaleza del alma, sino que solamente nos hemos hecho amigos de una Inteligencia Artificial, independientemente de cual sea su esencia. La racionalidad nos reclama la reflexión.