Pensándolo bien...
La población mundial crece irremediablemente. Lo que conlleva el crecimiento, además de ser la única forma de mantener el relativo bienestar (aunque no de todos), es un sumidero inagotable de residuos asociado a la producción de bienes y servicios que el crecimiento lleva aparejado. El control de residuos global de Naciones Unidas estableció que en 2019 se generaron en todo el mundo más de 53 millones de toneladas, lo que supone un incremento de más del 20% en solo cinco años. Para 2030 se prevén en torno a los 75 millones de toneladas. El crecimiento es de unos 2 millones de toneladas anuales, lo que supone un 3-4%. La Gran muralla china se estima que implica a 100 millones de toneladas de piedra. Claramente vamos a quitarle el liderazgo. Nuestro país genera en torno al millón de toneladas. Por si fuera poco el tercer mundo recoge, en gran medida, la contaminación que suponen estos residuos.
La acumulación de productos no usados o estropeados, que llega a estimarse en 4-5 kilogramos por habitante acumulados antes de ser desechados es una cifra muy elevada. La consecuencia es que al no reutilizar los componentes de los dispositivos no usados, hay que proceder a la extracción de materiales para fabricar nuevos productos. Esto es una cuestión de responsabilidad individual que no hemos asumido colectiva ni individualmente. Si tenemos en cuenta que por cada tonelada de residuos reciclada se evitan unas 2 toneladas de emisiones de dióxido de carbono, la llamada de atención es dramática, como se ha evidenciado este mismo mes en que se celebra el Día Internacional de los Residuos Electrónicos,
La telefonía, que ha sabido acertar en el enfoque de un servicio inigualable, porque ha identificado a la persona como objeto de atención, no importando ni donde, ni cuando, ni como se encuentre. Es una auténtica prótesis, convertida en vital. Los avances logrados son superiores a los alcanzados en cualquier otra tecnología. El ritmo al que incorporan novedades es vertiginoso y no hay más que ver las versiones de las distintas marcas. Los “cuervos” del marketing trabajan sin descanso con la agresividad propia de otras latitudes y contribuyen a una confusión calculada en la que el deseo por la novedad supera a toda racionalidad. La obsolescencia, muchos estiman que calculada, contribuye a un desenfreno en el cambio de dispositivo para adaptarse a la moda operante. Y ¿qué hacemos con los modelos obsoletos?
Los dispositivos pequeños son tan importantes a efectos de desechos, como los grandes aparatos electrónicos. Este año la campaña ha ido dirigida, con especial intensidad, a los dispositivos pequeños, que acumulamos por tiempo indefinido. Los teléfonos inteligentes descartados este año, de apilarlos, sumarían hasta casi un octavo de la distancia de la Tierra a la Luna equivalente a la altura a la que orbita la estación espacial. En Europa se estima que se abandonan este año hasta mas de cinco millones de teléfonos, que apilados alcanzarían hasta 53.000 kilómetros, de apilarlos por la parte plana.
El valor de los componentes electrónicos de los teléfonos móviles, que incluyen oro, cobre, plata, paladio y otros materiales y ocupan un lugar privilegiado entre los pequeños dispositivos electrónicos, con el inconveniente de que en gran parte se acumulan en cajones, garajes o cualquier lugar de las casas. Una irresponsabilidad que supone despreciar las consecuencias derivadas de la incidencia de los residuos en el Medio Ambiente, tanto de forma directa, como indirecta.
Un teléfono móvil contiene ocho partes por millón de metales recuperables, en especial oro, plata y paladio. Esto supone que cada teléfono contiene unos 8 gramos por tonelada de residuos. O sea, que con unos 10.000 teléfonos móviles tenemos una tonelada de estos materiales. El 90% de los materiales de un teléfono móvil son reutilizable. El 65% son plásticos, desde poliestireno, hasta policarbonatos el 10% materiales irrecuperables, como fibra de vidrio, pero un 25% son metales, entre ellos, cubre y aluminio y las 8 ppm referidas de metales preciosos.
Las cifras en nuestro país, no dejan de ser dramáticas, ya que se cifra un ciclo de renovación de los teléfonos móviles en torno al año u media y anualmente dejan de utilizarse unos 20 millones de unidades en nuestro país. No son cifras para que pasan desapercibidas. Siempre ha sido una incógnita la formación de la voluntad colectiva. En la esfera política se conforman mayorías que explicitan las distintas opciones. En el entorno ético las mayorías conforman el valor último que le damos a las cosas. Otra cosa es que el ritmo de evolución no necesariamente responde a las necesidades. Tanto el Medio Ambiente, como el bienestar presente y futuro requiere responsabilidad también individual, capaz de configurar una respuesta colectiva acorde a los requerimientos de la vida en común. No es cuestionable.
La acumulación de productos no usados o estropeados, que llega a estimarse en 4-5 kilogramos por habitante acumulados antes de ser desechados es una cifra muy elevada. La consecuencia es que al no reutilizar los componentes de los dispositivos no usados, hay que proceder a la extracción de materiales para fabricar nuevos productos. Esto es una cuestión de responsabilidad individual que no hemos asumido colectiva ni individualmente. Si tenemos en cuenta que por cada tonelada de residuos reciclada se evitan unas 2 toneladas de emisiones de dióxido de carbono, la llamada de atención es dramática, como se ha evidenciado este mismo mes en que se celebra el Día Internacional de los Residuos Electrónicos,
La telefonía, que ha sabido acertar en el enfoque de un servicio inigualable, porque ha identificado a la persona como objeto de atención, no importando ni donde, ni cuando, ni como se encuentre. Es una auténtica prótesis, convertida en vital. Los avances logrados son superiores a los alcanzados en cualquier otra tecnología. El ritmo al que incorporan novedades es vertiginoso y no hay más que ver las versiones de las distintas marcas. Los “cuervos” del marketing trabajan sin descanso con la agresividad propia de otras latitudes y contribuyen a una confusión calculada en la que el deseo por la novedad supera a toda racionalidad. La obsolescencia, muchos estiman que calculada, contribuye a un desenfreno en el cambio de dispositivo para adaptarse a la moda operante. Y ¿qué hacemos con los modelos obsoletos?
Los dispositivos pequeños son tan importantes a efectos de desechos, como los grandes aparatos electrónicos. Este año la campaña ha ido dirigida, con especial intensidad, a los dispositivos pequeños, que acumulamos por tiempo indefinido. Los teléfonos inteligentes descartados este año, de apilarlos, sumarían hasta casi un octavo de la distancia de la Tierra a la Luna equivalente a la altura a la que orbita la estación espacial. En Europa se estima que se abandonan este año hasta mas de cinco millones de teléfonos, que apilados alcanzarían hasta 53.000 kilómetros, de apilarlos por la parte plana.
El valor de los componentes electrónicos de los teléfonos móviles, que incluyen oro, cobre, plata, paladio y otros materiales y ocupan un lugar privilegiado entre los pequeños dispositivos electrónicos, con el inconveniente de que en gran parte se acumulan en cajones, garajes o cualquier lugar de las casas. Una irresponsabilidad que supone despreciar las consecuencias derivadas de la incidencia de los residuos en el Medio Ambiente, tanto de forma directa, como indirecta.
Un teléfono móvil contiene ocho partes por millón de metales recuperables, en especial oro, plata y paladio. Esto supone que cada teléfono contiene unos 8 gramos por tonelada de residuos. O sea, que con unos 10.000 teléfonos móviles tenemos una tonelada de estos materiales. El 90% de los materiales de un teléfono móvil son reutilizable. El 65% son plásticos, desde poliestireno, hasta policarbonatos el 10% materiales irrecuperables, como fibra de vidrio, pero un 25% son metales, entre ellos, cubre y aluminio y las 8 ppm referidas de metales preciosos.
Las cifras en nuestro país, no dejan de ser dramáticas, ya que se cifra un ciclo de renovación de los teléfonos móviles en torno al año u media y anualmente dejan de utilizarse unos 20 millones de unidades en nuestro país. No son cifras para que pasan desapercibidas. Siempre ha sido una incógnita la formación de la voluntad colectiva. En la esfera política se conforman mayorías que explicitan las distintas opciones. En el entorno ético las mayorías conforman el valor último que le damos a las cosas. Otra cosa es que el ritmo de evolución no necesariamente responde a las necesidades. Tanto el Medio Ambiente, como el bienestar presente y futuro requiere responsabilidad también individual, capaz de configurar una respuesta colectiva acorde a los requerimientos de la vida en común. No es cuestionable.
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