Columnas
La Humanidad avanza lenta, pero de forma inexorable. Pitágoras (580 a.C. – 485 a.C.), ha pasado a la posteridad al atribuirle la autoría del Teorema que lleva su nombre; un trabajo genial, universal, descomunal, útil, aunque ya conocido en Babilonia entre 1800 a.C. y 1650 a.C., como revela la Tableta Plimpton 322, custodiada por la Universidad de Columbia. Menos conocido es que Pitágoras fue el primero que estudió los sonidos producidos por un herrero al golpear en el yunque distintas piezas y observar que el tono era función de la longitud. Fue el primero en darse cuenta que la Naturaleza encerraba leyes. No había que recurrir a atribuir las acciones a los dioses: Zeus no devastaba con ayuda de los rayos, ni Eolo soplaba los vientos que arrasaban las ciudades, ni un largo etcétera. Solamente había que estudiar, observar y abstraer para descubrir las leyes subyacentes. La Humanidad vivió mucho tiempo de espaldas a las apreciaciones de Pitágoras. Fue Galileo, en torno a 1589, en que comenzó su actividad en la Universidad de Pisa, el que introdujo la observación y la experimentación, con las que nació la Ciencia. Fue maltratado. Pio XII inició la suavización en 1939, al publicar que Galileo era «el más audaz héroe de la investigación … sin miedos a lo pre-establecido y los riesgos a su camino, ni temor a romper los monumentos». Entre 1979 y 1981, Juan Pablo II encargó el estudio de la controversia Ptolomeo-Copérnico y en 1992 reconoció los errores de los teólogos del siglo XVII y pidió perdón por los cometidos por la Iglesia a lo largo de su Historia, aunque mantuvo que, en su día, Galileo no tenía suficientes argumentos para la propuesta que hizo. Ratzinger utilizó el argumento en 1990 en la Universidad de Roma “La Sapienza”, pero no pudo repetirlo en 2008, porque tuvo que renunciar a visitarla de nuevo. Ideas y creencias se enfrentan permanentemente desde los albores de la Humanidad. Las creencias son cómodas de aceptar, poco exigentes, irracionales. Las Ideas son más complejas, requieren reflexión, contraste, son racionales. Si algo no tiene explicación en el marco científico actual, tiene dificultades racionales insalvables, inconsistencias. La Homeopatía abraza la inocuidad de la nada. Las moléculas diluidas reiteradamente, hasta no dejar vestigio, solamente están ausentes. Nada aportan. La nada es ausencia, sin memoria. ¿Qué dirían de ella Pitágoras o Galileo?: donde no hay, no busques, ¡allá tú, si crees!