Pensándolo bien...

null DOGMATISMO CIENTÍFICO

La medida de la Ciencia la dan los científicos. Colectivamente, claro está. La propuesta de un científico es examinada por otros científicos para darles el visto bueno (o no) y que se difunda su proposición. Es un buen mecanismo. Así viene ocurriendo desde tiempo inveterado. La personalidad de estos informadores (mal denominados referees) aparee descarnada en la valoración. Anónimo, sin estar delante el implicado, a distancia, incluso de países, tiene todos los requisitos para que el informador dé rienda suelta, incluso a sus más “bajos instintos”. Si rozas con su campo de estudio, problema. Si no enfocas alguna cuestión exactamente como el la ve, problema. Hay mil razones para desencadenar problemas. No obstante, es el mejor procedimiento que hasta el presente se ha encontrado para seleccionar algo lo que se publica. Si se diera una cosa parecida en los medios de comunicación ordinarios, no nos veríamos en las páginas de los periódicos con muchas de las columnas que hoy se publican, sin el más elemental sentido de la exigencia y la coherencia. Las cosas erróneas, mentiras o desenfoques, no se darían con tanta profusión, tengámoslo por seguro.

 

En los años setenta tuve el honor y la suerte de conocer a Linus Pauling. Andaba terminando la Tesis Doctoral en Química Cuántica y estuve un tiempo en la Universidad Autónoma de Madrid, que visitó el célebre profesor y doblete en Premio Nobel: en el 54 en Química y en el 62 de la Paz, pero sobre todo por ser reconocido como uno de los científicos más notables del siglo XX, junto a Einstein y reconocido como el químico más notable desde Lavoisier. Cuando le conocí iniciaba la veneratura, proyectando una enorme y descomunal figura. Por muchas razones era admirable, pero, también porque era capaz de analizar algunos elementos de su propia conducta no conforme con lo que desearía. Por ejemplo. Row, destaca una frase que se le atribuye, “Pese a disponer de una mente intensamente analítica y racional, se ponía en manos de emociones irracionales, especialmente en los últimos años de su vida cuando su combatividad y capacidad de defensa superaban de forma creciente su brillantez y creatividad”. En inglés hay un dicho: “no puedes enseñar nuevas cosas a un perro viejo”, significando lo costoso que resulta introducir nuevas ideas conforme se incrementa la edad. Los proverbios, refranes y sentencias no son, en modo alguno, necesariamente ciertos ni una fuente de acumulación de sabiduría. Eso sí, contienen elementos aplicables en general.

 

A Isaac Asimov se le atribuye la siguiente reflexión: a veces el destino del científico  que en su juventud forjó  nuevas vías y encaminó nuevos conceptos, en sus últimos días se ve desconcertado por nuevos desarrollos que no puede aceptar. Incluía el caso de William Thompson, matemático victoriano que llegó a ser Lord Kelvin. En su brillante juventud que discurrió en la Universidad de Glasgow, desde los 10 años de edad, escribió su primer artículo científico en la segunda década de su vida, adolescencia, llegando a ser profesor de matemáticas y filosofía a los 22 años, combinando ciencia pura y aplicada resolviendo problemas de electrostática, geomagnetismo e hidrodinámica, al tiempo que inventaba dispositivos. Pero, sin embargo, el final de su vida no fue tan ilustrativo como el comienzo. Llegó a oponerse a la noción de radiactividad y que la energía se liberaba a partir del átomo. A Max Planck se le atribuye la siguiente frase: una nueva verdad científica llega a ser aceptada, no porque los oponentes queden convencidos, sino porque los oponentes mueren y la generación que emerge está familiarizada con el nuevo enunciado.

 

Con este marco de fondo retornemos la reflexión del comienzo. Los recursos que se ponen en manos de los científicos y la aceptación de sus propuestas queda en manos de un sistema que informa, que incluye a los propios científicos. Nada que objetar. Cualquier otra forma de hacerlo resultaría más desacertada, incluidas las sugerencias de por donde investigar, a las que quedan condicionados los recursos, al margen de la evolución de la Ciencia, y ya distorsiona suficiente por falta de consistencia en las propuestas que emergen de entornos espúreos. Estos grandes científicos que hemos referido, sin duda que hubieran formado parte del sistema de informe por pares, de haberse dado la convocatoria de proyectos de investigación en el siglo XIX y XX. Podrían haber rechazado fondos dedicados a radiactividad (en el caso de Kelvin). No se trata de que este tipo de cosas pueda ocurrir hoy. Pero no deja de ser cierto que los más influyentes, que son los más “maduros” pueden considerar a los más jóvenes como de falta de ortodoxia. La cuestión resulta ser ¿Cómo se minimiza el efecto? La progresión de la edad y la experiencia, corren paralelas. No es solución definitiva incorporar como informadores a científicos jóvenes, porque también tiene problemas de selección y de implicación con otros científicos. No se trata de solucionar la cuestión, si de alertar la necesidad de una amplia discusión sobre el papel de la edad y sus consecuencias.