Columnas
La frase “Dios no juega a los dados” fue la respuesta de Einstein al mundo probabilístico surgido de la investigación atómica. Ya desde el s. XVII, con la era de la Razón que condujo a la Ilustración, y hasta bien entrado el siglo XX, el universo se había vuelto cada vez más predecible. Bastaba con aplicar las leyes de la física conociendo las variables de partida para saber con exactitud la posición de un planeta, la ocurrencia de un eclipse o la velocidad de caída de una piedra. Pero la física cuántica tuvo que renunciar a la física tradicional para adentrarse en un mundo regido por el principio de incertidumbre de Heisenberg. Nunca podremos conocer con exactitud la posición y la velocidad de una partícula subatómica en un momento dado, solo la probabilidad de que esté allí. No tardó en aparecer la matemática del caos, tratando de describir procesos aparentemente impredecibles. Ni siquiera conociendo las variables de partida, podríamos saber el resultado final, porque cualquier pequeña desviación en las variables de entorno afectarán al resultado. ¿Quién puede predecir el recorrido exacto de una gota de lluvia en el cristal de nuestra ventana? El efecto mariposa se hizo un término común, el batir de alas de una en una esquina del mundo podría provocar un huracán en las antípodas. Einstein argumentaba que lo que nos parece impredecible es porque no controlamos todas las variables que intervienen. Pero Dios sí las conoce. Para Él, el universo sería determinista.
Pero, la propia vida no es posible en un mundo ordenado y estable, aunque tampoco en uno completamente desordenado y caótico. La vida surge y se mantiene en el límite del caos. La transición de fase entre lo ordenado y lo caótico no es ni inmovilista ni totalmente impredecible y abre un espacio único para que surjan estructuras complejas que se autoorganizan. La creación científica y artística también habitan allí.
Un universo probabilístico, en la frontera del caos, no es impredecible. Los sistemas caóticos tienden a pasar con mayor probabilidad y cierta regularidad por una serie de estados conocidos como atractores extraños y nosotros podemos anticipar una tormenta con cierta seguridad. Si ha habido una línea de progreso en la evolución de la vida es hacia el independizarse del ambiente, especialmente anticipando el futuro, desarrollando mecanismos que prevean el invierno, el ciclo de mareas… nuestra inteligencia consiste, sobre todo en la capacidad de anticipar y evitar los problemas. El universo es probabilístico y razonablemente predecible. Quizás ésta es la manera que se le ocurrió a Dios de compatibilizar nuestra libertad con su conocimiento absoluto.