Pensándolo bien...
Pasan cosas, a veces inadvertidas. Otras llaman nuestra atención y, mientras estamos pendientes de éstas, acontecen otras, ocultas tras las cortinas sin descorrer, que inadvertidamente incursionan en aspectos fundamentales y cuando nos vamos a dar cuenta, ya se han instalado y se apela a que estaban allí “desde toda la vida”. Una época de pandemia, como la que atravesamos, es susceptible de que ocurra esto.
Qué duda cabe, que la apertura que Internet ha traído de la mano, confronta con la seguridad, incluso con formas nuevas, desconocidas, por tanto. Internet libera las manos de muchos con afanes de vigilancia, como mínimo. Nuevas formas de acoso, violación de la intimidad, acceso a nuestros datos, incluidos los más íntimos, a cambio de usar tecnología que otros elaboran, no siempre de forma bienintencionada. La información fluye sin cortapisas. La instantaneidad es su sello distintivo. Convocatorias, formación de grupos con intenciones de todo tipo y un largo etcétera, han proliferado en todas las esferas. En Estados Unidos hubo amenaza de incendio, y, en todo caso, invasión de la casa donde se asienta la voluntad popular, como es el Congreso. En Murcia ya hace tiempo que tuvimos ambas, invasión e incendio. Ser adelantados en estas cosas no es demasiado honroso, que digamos.
No cabe duda de que el ámbito digital ha resultado ser una fuerza económica que ha transformado nuestra sociedad en una civilización de la información. Las empresas que entrevieron este campo han construido imperios inconmensurables, en las que la globalidad ha sido su ámbito de operación. Hoy acaparan el análisis y la predicción de conductas, en eso que se ha dado en denominar “capitalismo de vigilancia”. Han concentrado el conocimiento no solo por la tecnología, sino por todos nosotros como usuarios, acaparando un poder que, a todas luces, resulta ser antidemocrático, de fondo y de forma.
Desde la Ciencia no se advierten estos usos cuando se proponen novedades. Desde la Tecnología, incluso tímidamente en sus primeros pasos, tampoco se advierten consecuencias negativas. Pero la realidad es que vivimos en un escenario de la información en el que el conocimiento es el protagonista y sus piezas fundamentales son la distribución, quién decide esa distribución y cuál es el origen de la esfera de poder que protege a quienes deciden aquálla. Como sugiere Soshana Zuboff de Harvard, la cuestión va resultando ser ¿quién sabe?, ¿quién decide quién sabe? y ¿quién decide quién decide quién sabe? Pero en los momentos que vivimos las respuestas, hoy, las dan los capitalistas, nunca elegidos para gobernar y que conforman ese nivel que se denomina “capitalistas de vigilancia”. No es ninguna broma que el alcance de este modelo no se detenga ni en la propiedad de la información personal siquiera, con todos los derechos que nos han hecho creer que disfrutamos. La decisión sobre quién sabe, radica en la autoridad que esgrimen, como consecuencia de disponer de la información que nosotros hemos cedido voluntaria o no conscientemente, en base a sus sistemas de infraestructuras que constituyen esa tupida red de información que ha llegado ya a ser crítica.
El avance de la tecnología que hemos generado como Humanidad, no está exento de su componente económico comercial. Lo estamos viviendo con la vacuna, sin ir más lejos. Nos quedamos en la discusión de cuando llega o no llega, cuando sistemas de intervención desde el canto de cisne del liberalismo, condicionan el resultado final y la distribución, ajenos a los restantes seres que conviven en este mundo, cada vez más singular.
La epistemología es la rama de la Filosofía que se ocupa de la naturaleza, origen y validez del conocimiento, como consigna su etimología. Soshana Zuboff ha acuñado la rotulación de golpe epistémico y describe las cuatro etapas de su desarrollo: 1) Apropiación de los derechos epistémicos. En el ámbito científico comercial es usual erigirse en el inventor que, en muchos casos se pone en cuestión. En el ámbito compulsivo empresarial directamente se patrimonializa lo más mínimo en donde se haya depositado incluso de forma simbólica. Los datos que usan las empresas son nuestros y los declaran propiedad privada (de ellos) 2) Desigualdad epistémica concretada en lo que puedo saber y lo que se puede saber sobre mi. 3) Caos epistémico devenido por la concomitancia entre la amplificación, la difusión y el establecimiento de objetivos muy concretos, con fines de lucro, generando información corrupta intencionada o no, como ocurre con las derivadas de desinformaciones latentes. Las consecuencias son bien conocidas porque la realidad se ve fragmentada, en muchos casos con una alta dosis de arbitrariedad, los discursos sociales que se derivan están contaminados por elementos ajenos, erróneos o malintencionados y las estructuras democráticas se ven alteradas, modificadas e incluso paralizadas y, en casos, como hemos visto recientemente en Estados Unidos, se puede llegar a escenarios de violencia, e incluso muertes sobrevenidas. 4) Dominio epistémico que soslaya la estructura democrática y la suple con una estructura computacional propiedad del “capital de vigilancia”, que articula intereses privados.
Precisamente, el caos epistémico es el que propicia el dominio epistémico. Pasamos de ser los humanos depositarios del conocimiento a ser algunos humanos amparados en máquinas los propietarios del mismo y se erigen en autoridades para la decisión, desde una plataforma dirigida por autoridades ilegítimas y un evidente capital vigilante que resulta ser antidemocrático. La sociedad democrática, cada vez está mas debilitada, sin advertir los miembros de las sociedades que está teniendo lugar una sustitución de autoridades legítimas por otras ilegítimas, que no dudan en aflorar sus intenciones de defender sus intereses.
En esta descripción que hemos detallado que introduce Soshana Zuboff, sería deseable que nos detuviéramos en la tercera etapa, caos epistémico, fuéramos capaces de reflexionar y nos empeñáramos en evitar ese cuarto escalón del dominio epistémico. Digital, si, pero democrático. El espejismo de que disfrutamos de la tecnología porque se ha democratizado su uso, esconde la terrible nube de quien domina, quien decide, y cuales son nuestras libertades. La anestesia de la disposición de elementos tecnológicos nos impide ver el bosque que nos acecha. Vivir unos a costa de otros, no solo no es admisible, tampoco puede ser democrático, ni lógico, ni razonable, ni siquiera genuinamente humano, por mas que nos cuenten.
El científico no puede ser indiferente al uso que se hace de las aplicaciones técnicas de su trabajo científico. Hoy, en gran medida, el descubrimiento se realiza a costa de todos los contribuyentes, en un país como el nuestro, en el que la iniciativa privada tiene una participación solo simbólica. A nivel mundial la inversión es en torno a un 2% del PIB, insuficiente a todas luces, dada la desigual participación de los distintos países y muy a favor de los más desarrollados. Precisamente, en estos últimos es en los que se da el mayor número de actividades empresariales que absorben el mayor porcentaje de clientes a nivel mundial. La crisis de autoridad en la decisión deriva de aquí, precisamente. Nuestro compromiso de científicos también obliga a advertir de las cosas que ocurren, aunque no reparemos en ellas fácilmente. Está pasando y bueno sería que se supiese. Habrá que decirlo y ponerlo de relieve.