Pensándolo bien...

null DEBÍAN SER CREADOS ARTIFICIALMENTE

La historia de la ciencia muestra que muchas ideas aceptadas en un momento dado pueden ser desmentidas por nuevas observaciones. La ciencia formula hipótesis basadas en el conocimiento disponible, pero ese conocimiento siempre es provisional. Con el tiempo, mejores instrumentos, métodos más precisos o descubrimientos inesperados revelan que ciertos modelos eran incompletos o erróneos. Ejemplos como el hallazgo natural de plutonio-244 o la expansión del universo muestran que la realidad puede superar las expectativas teóricas. Este proceso no es un fracaso, sino la esencia del progreso científico: corregir, ampliar y refinar continuamente nuestra comprensión del mundo.

Durante buena parte del siglo XX, la comunidad científica sostuvo que todos los elementos con número atómico superior al uranio (Z = 92), los llamados transuránicos, solo podían ser producidos de manera artificial en laboratorios, especialmente mediante aceleradores de partículas o reactores nucleares. Esta convicción se basaba en el conocimiento de la estructura nuclear, la estabilidad de los isótopos y la ausencia de evidencias naturales de elementos extremadamente pesados en la Tierra. Para comprender el origen de esta idea y su evolución posterior, es necesario recorrer el contexto histórico y teórico que la sustentó.

En primer lugar, el límite natural parecía estar marcado por la curva de estabilidad nuclear. A medida que los núcleos atómicos ganan protones, la repulsión electrostática entre ellos aumenta de forma significativa, y solo la fuerza nuclear fuerte es capaz de contrarrestarla. Sin embargo, esta fuerza tiene un alcance muy limitado; por tanto, para elementos por encima del uranio, el equilibrio se torna inestable y los núcleos tienden a desintegrarse rápidamente mediante procesos como la fisión espontánea, la emisión alfa o la emisión beta. Desde la perspectiva del modelo nuclear de mediados del siglo XX, parecía improbable que tales núcleos pudieran formarse en condiciones naturales o persistir durante escalas geológicas.

Además, los científicos conocían que los procesos astrofísicos capaces de generar elementos pesados, como la captura de neutrones rápida (r-process), ocurren en eventos extremadamente energéticos, como explosiones de supernovas, fusiones de estrellas de neutrones o colapsos estelares. Si bien esos procesos pueden sintetizar elementos más allá del uranio, se asumía que la mayoría de los isótopos resultantes poseían vidas medias muy cortas. Por ello, aunque dichos elementos pudieran haberse formado en el universo temprano, habrían desaparecido hace miles de millones de años, sin dejar trazas detectables en la Tierra primitiva.

Esta interpretación se vio reforzada por la ausencia de elementos transuránicos en muestras naturales examinadas durante décadas. Cuando en 1940 se sintetizó el neptunio (Z = 93), seguido en 1944 por el plutonio (Z = 94), el hallazgo consolidó la idea de que los elementos pesados se obtenían mediante bombardeo artificial de núcleos con neutrones o partículas cargadas. Los aceleradores de partículas y los reactores nucleares pasaron así a considerarse herramientas imprescindibles para expandir la tabla periódica.

Sin embargo, esta visión comenzó a matizarse cuando, a partir de 1951, se detectaron trazas naturales de plutonio-244, un isótopo con vida media lo suficientemente larga como para sugerir su formación cosmológica. Más decisivo aún fue el descubrimiento, en 1972, del reactor natural de Oklo, en Gabón, donde reacciones de fisión nuclear auto-sostenidas ocurrieron de forma natural hace dos mil millones de años. Si bien Oklo no produjo elementos transuránicos muy pesados, sí mostró que la naturaleza podía recrear condiciones nucleares extremas.

Imagen creada con ayuda de ChatGPT con DALL-E

Hoy se acepta que los elementos transuránicos pueden formarse de manera natural en el cosmos, pero debido a sus cortísimas vidas medias es muy raro hallarlos en la Tierra. La convicción original no era errónea, sino coherente con los datos disponibles en su época y con la comprensión limitada de los procesos nucleosintéticos. Con los avances en astrofísica, física nuclear y geoquímica, esta visión ha evolucionado hacia un marco más amplio donde la síntesis eelar y la producción artificial se integran en una misma historia cósmica de la materia.

En 1971, la química nuclear Darleane C. Hoffman realizó un descubrimiento que transformó profundamente la comprensión científica sobre la presencia de elementos pesados en la naturaleza. Mientras analizaba muestras de roca procedentes de la mina Mountain Pass en California, un yacimiento conocido por su concentración de minerales de tierras raras, Hoffman detectó la presencia inequívoca de plutonio-244, un isótopo extremadamente escaso cuya existencia natural había sido considerada, hasta entonces, poco menos que imposible.

Hasta ese momento, la comunidad científica sostenía que el uranio-238 era el elemento más pesado presente de forma natural en la Tierra. Esta convicción se basaba en tres pilares: a) la estabilidad nuclear, que disminuye a medida que aumenta el número de protones, haciendo que la mayoría de los elementos transuránicos sean demasiado inestables para perdurar desde la formación del planeta; b)  la ausencia de detección geológica, pues durante décadas no se había encontrado ni rastro natural de elementos más allá del uranioy c) el origen artificial de todos los transuránicos conocidos, que habían sido sintetizados en laboratorios mediante aceleradores de partículas o reactores nucleares.

El hallazgo de Hoffman rompió este paradigma. El plutonio-244, con una vida media de aproximadamente 80 millones de años, es uno de los pocos isótopos transuránicos lo bastante longevos como para poder sobrevivir, en cantidades ínfimas, desde procesos de nucleosíntesis previos a la formación del Sistema Solar. Su detección natural demostró que algunos elementos más pesados que el uranio no eran exclusivamente artificiales, sino que podían encontrarse, aunque de manera extremadamente reducida, en ciertos minerales terrestres. Este descubrimiento no solo alteró la clasificación de los elementos naturales, sino que obligó a reconsiderar las condiciones cosmológicas y los procesos nucleares capaces de producir elementos muy pesados, especialmente la captura rápida de neutrones (r-process) en supernovas y fusiones de estrellas de neutrones.

La identificación de plutonio-244 por parte de Darleane Hoffman no fue un simple logro analítico: fue un avance conceptual que abrió una vía completamente nueva en el estudio de la geoquímica nuclear, la astrofísica y la evolución de la materia en el universo.

Darleane C. Hoffman, no solo revolucionó el campo al demostrar la existencia natural del plutonio-244, sino que también amplió las fronteras del conocimiento sobre la fisión nuclear de elementos ultrapesados. Su trabajo con el fermio-257 (⁵⁷Fm) proporcionó una de las observaciones más sorprendentes de la época, ya que este isótopo podía dividirse en dos fragmentos de masa casi simétrica, un comportamiento totalmente inesperado según los modelos teóricos vigentes.

Hasta entonces, la comunidad científica creía que los elementos transuránicos, como el plutonio, americio, curio o el propio fermio, se fisionaban principalmente de forma asimétrica, produciendo un fragmento pesado y otro más ligero. Este patrón se consideraba una propiedad universal de los núcleos masivos y se sustentaba en modelos de energía nuclear que atribuían a ciertos números de protones y neutrones una estabilidad especial, los llamados números mágicos. En consecuencia, se anticipaba que durante la fisión los núcleos tenderían a producir un fragmento cercano a uno de esos números estables, generando así productos de masas muy diferentes.

Sin embargo, Hoffman, mediante técnicas extremadamente delicadas de separación química y análisis radioactivo, trabajando a menudo con cantidades de fermio tan diminutas que apenas podían medirse en microgramos, logró demostrar que ⁵⁷Fm se comportaba de manera radicalmente distinta. Su fisión producía dos núcleos de masas semejantes, lo que en ese momento rompía los esquemas teóricos aceptados. Este hallazgo no solo sorprendió por la forma de dividirse el núcleo, sino porque sugería que la estructura nuclear de los elementos superpesados no se ajustaba al patrón observado en elementos más ligeros.

La importancia de este descubrimiento radicó en varios puntos. Primero, obligó a revisar el modelo de la gota líquida y los modelos de capas nucleares, que hasta entonces explicaban adecuadamente la mayoría de procesos de fisión conocidos. Segundo, puso de manifiesto que los núcleos extremadamente pesados, por encima del californio, einsteinio y fermio, podían presentar modos de fisión propios, gobernados por configuraciones internas que los modelos aún no describían. Tercero, abrió una vía para estudiar la estabilidad de los elementos superpesados y contribuyó indirectamente al desarrollo de la idea del “isla de estabilidad”, según la cual ciertos isótopos muy pesados podrían poseer vidas medias sorprendentemente largas.

En aquel momento, la posibilidad de una fisión simétrica en un elemento tan masivo era considerada una rareza casi teórica. Hoffman demostró que no solo podía ocurrir, sino que era el modo preferente de fisión para ⁵⁷Fm. Con ello, obligó a los físicos nucleares a reformular sus expectativas sobre el comportamiento de los núcleos más allá de los actínidos y a replantear cómo se organiza la materia en los confines de la tabla periódica.

Gracias a este avance, la fisión del fermio-257 se convirtió en un punto de inflexión en la comprensión de los elementos superpesados. El trabajo de Hoffman mostró que incluso en el ámbito más extremo de la materia, la naturaleza es capaz de sorprender, desafiando teorías establecidas y expandiendo los límites mismos de la ciencia nuclear.

Darleane Hoffman deja un legado imborrable en la ciencia nuclear. Su rigor, valentía intelectual y capacidad para revelar lo invisible transformaron nuestra comprensión de los elementos más pesados. Su muerte nos priva de una mente excepcional, pero su ejemplo seguirá iluminando a generaciones de investigadoras y científicos en todo el mundo.

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