Columnas
En estos días veraniegos, un gran número de ciudadanos elige la playa para pasar sus vacaciones. En el escenario comprendido entre 20 metros a ambos lados de la orilla, también pueden encontrarse manifestaciones de la física (y otras ciencias).
Si llegamos a la playa cuando el Sol ya ha tenido tiempo de lucir en todo su esplendor y pisamos la arena descalzos, la notaremos muy caliente (¡nos quemamos los pies!), por lo que correremos (casi de puntillas) hacia la orilla, donde nos refrescamos con el agua. El motivo por el cual la arena alcanza altas temperaturas, mientras que el agua no lo hace, estando ambos medios sometidos a la misma irradiación solar, se debe a que el agua tiene un gran calor específico (energía necesaria para que un gramo aumente un grado), mientras que la arena tiene un calor específico mucho menor. Por ello, se necesita mucha energía (debida a la radiación solar) para que el agua incremente su temperatura, mientras que radiación que llega a la arena durante una mañana es suficiente para que alcance esa temperatura que tan mal le sienta a las plantas de nuestros pies. Ya que hablamos de arena, seguro que hemos hecho montículos con este material, comprobando cómo crece la pendiente a medida que vertemos más arena… hasta que se desmorona súbitamente cuando se alcanza una inclinación determinada, cuyo valor depende del tipo de arena. Esta es una propiedad de los materiales granulares, responsable de derrumbes en apilamientos de objetos de diferente naturaleza.
Fijémonos ahora en las olas plácidas que llegan prácticamente paralelas a orillas próximas con diferentes orientaciones geográficas. Esto sucede porque la velocidad del agua se reduce al rozar con el lecho marino, cuya profundidad disminuye gradualmente de forma paralela a la costa. Si las olas se acercan a la playa formando cierto ángulo con la orilla, se ralentiza la parte del frente de onda más próximo a la orilla (que es menos profunda), dando tiempo a que la ola se alinee paralela a la playa.
Cuando paseamos por la zona húmeda (pero no sumergida) de la orilla, alrededor de nuestras pisadas aparece un halo de arena más seca que la arena de su alrededor, pues la acción continuada del suave oleaje compacta de forma óptima los granos de arena. Pero al pisar esa arena, se altera su empaquetamiento, aumentando los huecos entre los granos, que alojan más agua de la que había antes de pisar y, al desaparecer el agua de la superficie, la arena se ve más seca.
Estas son unas pocas muestras de la ciencia que tenemos a nuestro alcance en la playa. Pero hay muchas más.