Pensándolo bien...
No pinta bien. Las crisis conllevan cambios, reflexiones y nuevos retos. Los momentos de dificultades nos definen. Intentar conocer y explicar el contexto en el que tienen lugar los acontecimientos, desde los diferentes ámbitos de interés. Si los elementos de reflexión no están siendo los necesarios cambios en los sistemas de producción y consumo, de todo tipo de productos, incluidos los relacionados con la información y comunicación, las organizaciones y su sostenibilidad, los movimientos sociales, la ciberesfera y sus tentáculos, nuestra relación con la Naturaleza, el papel de la especie humana y los valores y la esfera ética, no estamos centrando la reflexión en la centralidad del problema.
Hay un lema, circulando estos días con alguna profusión que reza: “Los inteligentes buscan soluciones, los inútiles culpables”. Ciertamente, el entretenimiento en valorar los acontecimientos en función de lo que nos parece, desde nuestra opinión, alejada de disponer de la información requerida para valorar y, por cierto, todavía está mucho más alejada la de los auténticos “terroristas” de las redes, que enarbolan toda suerte de especulaciones, dándoles apariencia de realidad o certeza. Esto, solamente causa tristeza por la catadura de algunos elementos de la sociedad, que no necesariamente sienten los más mínimos síntomas de ciudadanía. No puede todo esto formar parte de nuestra preocupación. Allá aquellos que quieran dar oído a estas anomalías sociales.
Levantemos un poco la mirada y pensemos con alguna serenidad. La OMS se empeña en llamar la atención para que nos preparemos para incurrir en los escenarios que se aventuran. Este coronavirus ha llegado, pero otros pueden llegar. Ahora sale a relucir la biodiversidad. Hasta ahora, para muchos, ha sido solo un término erudito más, aunque hace más de una década y de dos, que desde el entorno científico se apuntó y evidenció el papel de la biodiversidad en cuanto protección, ante acontecimientos similares, aunque menos virulentos, a los hoy vividos con el coronavirus. Nuestra especie no está siendo respetuosa con la biodiversidad y cada día se incrementa el número de especies que tenemos amenazadas. Claro que, una de las derivadas de esta posición es el desprecio que la especie humana exhibe por los beneficios potenciales de la biodiversidad, como es la protección de las enfermedades infecciosas. Cuantas más especies actúen como huésped, mas limitada resulta la transmisión de enfermedades, diluyendo el efecto y amortiguando las consecuencias. Vale esta apreciación desde el ébola hasta el coronavirus.
A la zoonosis se le imputa un elevado porcentaje, hasta un 70%, de las enfermedades infecciosas sufridas por los humanos en los últimos tiempos. Los analistas observan que en la cadena de transmisión intervienen, usualmente, varias especies. Naturalmente que la diversidad de seres vivos atempera los mecanismos de transmisión desde el agente inicial de la infección, hasta el humano. La biodiversidad resulta ser el mayor valor que la especie humana puede reconocer en la Naturaleza, la variabilidad con la que la vida se presenta. Muchos autores, Keesing, Johnson o Thieltges, ya en el siglo XXI, evidenciaron el efecto protector de la biodiversidad. Los monocultivos genéticos tienen la consecuencia de soslayar la barrera que puede ralentizar la transmisión de la infección. Del mismo modo el hacinamiento decrementa la capacidad de respuesta inmune. Al propio tiempo la producción industrial de alto rendimiento facilita la virulencia al incrementar la frecuencia de renovación de materiales.
La eliminación de especies y la simplificación de los ecosistemas tiene incidencia en la salud humana. Muchas enfermedades de las consideradas por la OMS son zoonosis. El cambio global trae de la mano, también, este tipo de consecuencias. La cuestión relevante está resultando ser, no tanto como el coronavirus afecta a la Naturaleza, a través de los ecosistemas, sino como ésta última afecta al coronavirus y los patógenos potenciales o todavía virtuales. La actividad de todos los sectores de actividad económica, demasiado centrada en la ganancia, llega a valorar que la mortandad potencial de millones de personas, es un riesgo asumible. Pero todo tiene que cambiar. La diversidad tanto en cultivos como en ganadería, impulsa una reestructuración que se desvela estratégica. Esto tiene que cambiar. La crisis de hoy, no se puede considerar que no tiene antecedentes: el ébola y los murciélagos o el SARS y el gato de algalia. Puede que la ingesta de animales salvajes sea la única forma de alimentarse en determinadas partes del globo, pero el equilibrio requiere además de comer, protegerlos y el equilibrio en los ecosistemas es imprescindible para modular la transmisión de patógenos. En todos los episodios conocidos se relaciona la pérdida de biodiversidad con los síndromes emergentes.
El cambio climático está acentuando la debilidad de los ecosistemas y deteriorando su capacidad de protección. Los hielos acomodan no solo gases, que inciden en la acentuación del efecto invernadero, sino virus y bacterias, muchos de ellos desconocidos y con potencial de infección para los humanos, incógnita. Así parece que ocurre con los brotes de ántrax en Rusia. No es un enunciado escolástico la peligrosidad que trae de la mano el calentamiento global.
La reflexión sobre el coronavirus, trae de la mano que los problemas que enfrentamos como Humanidad son el cambio climático, la contaminación atmosférica y la pérdida de biodiversidad. Cómo vivimos, como nos alimentamos y cómo cuidamos de la Naturaleza, influyen en los problemas que provocamos. Desafíos de enorme magnitud, Vitales para la especie humana y/o para el planeta. No sé si sabremos encararlos con la dignidad que requiere la circunstancia o volveremos a la frivolidad típica y tópica. “Entre bobos anda el juego”.
La reflexión a la que induce el periodo de confinamiento es la necesidad de compartir una conciencia de colectividad y una corresponsabilidad social que permitan encarar los desafíos que enfrenta la sociedad en los próximos tiempos. Sanidad, educación e investigación traen de la mano los cambios. De seguir consumiendo sin control recursos y territorio, nos acercamos a focos de contagio. Se impone un cambio de modelo con una estructura muy diferente a la actualmente en vigor, con capacidad para soslayar la degradación ambiental y sus nefastas consecuencias. En el fondo, la crisis nos impele a modificar los hábitos, como única alternativa para preservar la especie y dejar de agredir y provocar a la Naturaleza. El refuerzo del sistema de investigación como motor de ese cambio, requiere un severo planteamiento de recursos, objetivos y conceptos para centrar lo auténticamente importante, que no necesariamente es lo más fácil de llevar a cabo, ni lo que se viene haciendo.
Hay un lema, circulando estos días con alguna profusión que reza: “Los inteligentes buscan soluciones, los inútiles culpables”. Ciertamente, el entretenimiento en valorar los acontecimientos en función de lo que nos parece, desde nuestra opinión, alejada de disponer de la información requerida para valorar y, por cierto, todavía está mucho más alejada la de los auténticos “terroristas” de las redes, que enarbolan toda suerte de especulaciones, dándoles apariencia de realidad o certeza. Esto, solamente causa tristeza por la catadura de algunos elementos de la sociedad, que no necesariamente sienten los más mínimos síntomas de ciudadanía. No puede todo esto formar parte de nuestra preocupación. Allá aquellos que quieran dar oído a estas anomalías sociales.
Levantemos un poco la mirada y pensemos con alguna serenidad. La OMS se empeña en llamar la atención para que nos preparemos para incurrir en los escenarios que se aventuran. Este coronavirus ha llegado, pero otros pueden llegar. Ahora sale a relucir la biodiversidad. Hasta ahora, para muchos, ha sido solo un término erudito más, aunque hace más de una década y de dos, que desde el entorno científico se apuntó y evidenció el papel de la biodiversidad en cuanto protección, ante acontecimientos similares, aunque menos virulentos, a los hoy vividos con el coronavirus. Nuestra especie no está siendo respetuosa con la biodiversidad y cada día se incrementa el número de especies que tenemos amenazadas. Claro que, una de las derivadas de esta posición es el desprecio que la especie humana exhibe por los beneficios potenciales de la biodiversidad, como es la protección de las enfermedades infecciosas. Cuantas más especies actúen como huésped, mas limitada resulta la transmisión de enfermedades, diluyendo el efecto y amortiguando las consecuencias. Vale esta apreciación desde el ébola hasta el coronavirus.
A la zoonosis se le imputa un elevado porcentaje, hasta un 70%, de las enfermedades infecciosas sufridas por los humanos en los últimos tiempos. Los analistas observan que en la cadena de transmisión intervienen, usualmente, varias especies. Naturalmente que la diversidad de seres vivos atempera los mecanismos de transmisión desde el agente inicial de la infección, hasta el humano. La biodiversidad resulta ser el mayor valor que la especie humana puede reconocer en la Naturaleza, la variabilidad con la que la vida se presenta. Muchos autores, Keesing, Johnson o Thieltges, ya en el siglo XXI, evidenciaron el efecto protector de la biodiversidad. Los monocultivos genéticos tienen la consecuencia de soslayar la barrera que puede ralentizar la transmisión de la infección. Del mismo modo el hacinamiento decrementa la capacidad de respuesta inmune. Al propio tiempo la producción industrial de alto rendimiento facilita la virulencia al incrementar la frecuencia de renovación de materiales.
La eliminación de especies y la simplificación de los ecosistemas tiene incidencia en la salud humana. Muchas enfermedades de las consideradas por la OMS son zoonosis. El cambio global trae de la mano, también, este tipo de consecuencias. La cuestión relevante está resultando ser, no tanto como el coronavirus afecta a la Naturaleza, a través de los ecosistemas, sino como ésta última afecta al coronavirus y los patógenos potenciales o todavía virtuales. La actividad de todos los sectores de actividad económica, demasiado centrada en la ganancia, llega a valorar que la mortandad potencial de millones de personas, es un riesgo asumible. Pero todo tiene que cambiar. La diversidad tanto en cultivos como en ganadería, impulsa una reestructuración que se desvela estratégica. Esto tiene que cambiar. La crisis de hoy, no se puede considerar que no tiene antecedentes: el ébola y los murciélagos o el SARS y el gato de algalia. Puede que la ingesta de animales salvajes sea la única forma de alimentarse en determinadas partes del globo, pero el equilibrio requiere además de comer, protegerlos y el equilibrio en los ecosistemas es imprescindible para modular la transmisión de patógenos. En todos los episodios conocidos se relaciona la pérdida de biodiversidad con los síndromes emergentes.
El cambio climático está acentuando la debilidad de los ecosistemas y deteriorando su capacidad de protección. Los hielos acomodan no solo gases, que inciden en la acentuación del efecto invernadero, sino virus y bacterias, muchos de ellos desconocidos y con potencial de infección para los humanos, incógnita. Así parece que ocurre con los brotes de ántrax en Rusia. No es un enunciado escolástico la peligrosidad que trae de la mano el calentamiento global.
La reflexión sobre el coronavirus, trae de la mano que los problemas que enfrentamos como Humanidad son el cambio climático, la contaminación atmosférica y la pérdida de biodiversidad. Cómo vivimos, como nos alimentamos y cómo cuidamos de la Naturaleza, influyen en los problemas que provocamos. Desafíos de enorme magnitud, Vitales para la especie humana y/o para el planeta. No sé si sabremos encararlos con la dignidad que requiere la circunstancia o volveremos a la frivolidad típica y tópica. “Entre bobos anda el juego”.
La reflexión a la que induce el periodo de confinamiento es la necesidad de compartir una conciencia de colectividad y una corresponsabilidad social que permitan encarar los desafíos que enfrenta la sociedad en los próximos tiempos. Sanidad, educación e investigación traen de la mano los cambios. De seguir consumiendo sin control recursos y territorio, nos acercamos a focos de contagio. Se impone un cambio de modelo con una estructura muy diferente a la actualmente en vigor, con capacidad para soslayar la degradación ambiental y sus nefastas consecuencias. En el fondo, la crisis nos impele a modificar los hábitos, como única alternativa para preservar la especie y dejar de agredir y provocar a la Naturaleza. El refuerzo del sistema de investigación como motor de ese cambio, requiere un severo planteamiento de recursos, objetivos y conceptos para centrar lo auténticamente importante, que no necesariamente es lo más fácil de llevar a cabo, ni lo que se viene haciendo.
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