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La lucha contra las pérdidas de biodiversidad en el mundo de los vegetales, causada fundamentalmente por la alteración de sus hábitats naturales, ha encontrado en la conservación de las semillas una forma sustancial de combatir la extinción. De esta manera, se intenta reducir el riesgo de una posible desaparición de las especies más raras o endémicas y las semillas de plantas cultivables que prácticamente ya no se utilizan a causa de la globalización de los cultivos, pérdidas que serían irrecuperables. Los bancos de germoplasma son verdaderas “Arcas de Noé”, donde se conservan durante tiempo indefinido las unidades básicas de dispersión de los vegetales superiores, que son las semillas.
El principio fundamental para su conservación a largo plazo es la limitación de los cambios bioquímicos que se originan por el metabolismo o los procesos de envejecimiento inherentes a cada ser vivo. Existe una relación exponencial entre la longevidad de las semillas, la temperatura y la humedad de almacenamiento, de manera que el tiempo de supervivencia de una semilla se duplica por cada reducción de 5ºC de la temperatura y de un 1% en la humedad interna. Según este modelo, algunas semillas se mantienen viables durante cientos e incluso miles de años.
Después de una fase de deshidratación, las semillas son encapsuladas en contenedores herméticos de diversos tipos: sobres de aluminio, botes de cristal Pyrex, tubos cerrados a llama, ampollas, etc. Dichos recipientes, además de las semillas, contienen generalmente una capa de silicagel, cuya función es aumentar la desecación, además del mantenimiento de una adecuada hermeticidad.
Una vez encapsuladas las semillas, éstas pasan a formar dos tipos de colecciones: (a) Activas, para su uso a corto plazo, conservadas entre 0 y 10ºC; y (b) Base, conservadas a temperaturas de -18ºC o inferiores, las cámaras de estas colecciones se abren una vez al año, sólo el tiempo necesario para introducir nuevas muestras y extraer las que deben someterse a un testado periódico.
Existe un banco que ejerce la función de preservación a nivel global, el Banco Mundial de Svalbard (Noruega, en el Círculo Polar Ártico), esto es conservar todas las semillas de la Tierra, con los objetivos descritos anteriormente. La idea de este proyecto nació a finales de la década de 1990, sus impulsores fueron un grupo de agricultores y el genetista Cary Fowler. Pero todavía tuvo que transcurrir una década hasta la puesta en marcha de sus instalaciones en 2008. En 2019, la cifra de semillas almacenadas superó el millón, procedente de más de 200 países.