Pensándolo bien...

null CONDUCCIÓN PROTÓNICA

El desarrollo de tecnologías energéticas limpias constituye uno de los mayores retos científicos, industriales y sociales del siglo XXI. En este contexto, los materiales capaces de conducir protones de forma eficiente ocupan un lugar central, ya que son componentes clave en dispositivos como las celdas de combustible, los electrolizadores para la producción de hidrógeno, determinadas baterías avanzadas y otros sistemas de conversión y almacenamiento de energía. Recientemente, un modelo de inteligencia artificial entrenado específicamente para predecir las propiedades de conducción protónica de materiales inorgánicos ha abierto nuevas posibilidades para acelerar el diseño y la optimización de estos sistemas, permitiendo identificar composiciones más eficientes y operativas a temperaturas más bajas.

Según señala Bilge Yildiz, investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), “los conductores de protones son materiales importantes en diferentes tecnologías de conversión de energía para electricidad limpia, combustibles limpios y síntesis química industrial limpia”. Esta afirmación subraya el carácter transversal de la conducción protónica, ya que no se trata únicamente de un problema de ciencia de materiales, sino de un nodo estratégico donde confluyen la química del estado sólido, la física de materiales, la ingeniería energética y, cada vez más, la ciencia de datos y la inteligencia artificial.

La eficiencia de los conductores de protones depende fundamentalmente de la velocidad con la que los protones pueden desplazarse a través de la estructura cristalina del material. El transporte protónico no es un fenómeno trivial, ya que implica la reorganización dinámica de enlaces químicos y fuerzas electrostáticas a escala atómica, así como la interacción entre protones, iones oxígeno y cationes metálicos. Tradicionalmente, muchos de los materiales conductores de protones más eficaces requieren temperaturas relativamente elevadas para funcionar de forma óptima. En particular, los óxidos metálicos, que son materiales en los que los metales forman enlaces covalentes con el oxígeno, han demostrado ser especialmente prometedores en el rango de temperaturas comprendido entre 400 y 600 °C. A estas temperaturas, la movilidad iónica se ve favorecida por la flexibilidad estructural y la activación térmica de los mecanismos de transporte.

Sin embargo, el funcionamiento a altas temperaturas implica costes energéticos adicionales, problemas de estabilidad a largo plazo y limitaciones en la integración de estos materiales en dispositivos compactos o de uso cotidiano. Por esta razón, uno de los grandes objetivos actuales es aumentar la conductividad protónica a temperaturas significativamente más bajas, idealmente cercanas a la temperatura ambiente.

Imagen creada con ayuda de ChatGPT con DALL-E

El interés por los conductores de protones no se limita al ámbito energético. Como señala Yildiz, “los conductores de protones inorgánicos y escalables que funcionan a temperatura ambiente también son necesarios para la computación inspirada en el cerebro y con eficiencia energética”. Esta referencia apunta a un campo emergente, como es la computación neuromórfica y otros sistemas de procesamiento de información que buscan imitar el funcionamiento del cerebro humano, donde la señalización iónica y la eficiencia energética desempeñan un papel fundamental.

En este contexto, los protones pueden actuar como portadores de información, de forma análoga a los iones en las neuronas biológicas. La posibilidad de controlar su movimiento en materiales sólidos abre la posibilidad a dispositivos que integren memoria y procesamiento con un consumo energético extremadamente bajo, superando algunas de las limitaciones de la electrónica convencional basada exclusivamente en electrones.

El avance presentado por el equipo del MIT se basa en el desarrollo de un modelo de inteligencia artificial capaz de predecir la movilidad de protones en una amplia variedad de óxidos metálicos. A diferencia de enfoques puramente empíricos o basados en simulaciones extremadamente costosas, este modelo integra múltiples tipos de información, como características estructurales, químicas, electrónicas y dinámicas de los materiales.

En el estudio referido intentaban comprender mejor cómo se mueven los protones a través de estos materiales inorgánicos para poder optimizarlos y mejorar la eficiencia de las aplicaciones energéticas y computacionales posteriores. Esta afirmación revela un cambio de paradigma, porque la inteligencia artificial no se utiliza únicamente como una herramienta de predicción, sino como un medio para extraer principios físicos y químicos subyacentes que sean capaces de guiar el diseño racional de nuevos materiales.

Para comprender el funcionamiento de los conductores de protones, es necesario descender a nivel microscópico. Un protón se incorpora a un óxido metálico hidratado, forma un enlace covalente con un ion óxido, dando lugar a un grupo hidroxilo (HO). Simultáneamente, este protón se ve atraído por un segundo ion oxígeno cercano mediante un enlace de hidrógeno no covalente. Este doble anclaje, covalente por un lado y electrostático por otro, crea un escenario dinámico en el que el protón puede “saltar” de un ion oxígeno a otro a través del enlace de hidrógeno. Este proceso, conocido como mecanismo de Grotthuss en otros contextos, implica una reorganización continua de los enlaces químicos más que un simple desplazamiento clásico de una partícula. Después de cada salto, el enlace covalente HO rota, un movimiento esencial para evitar que el protón regrese inmediatamente a su posición original. Esta rotación introduce una direccionalidad y favorece el transporte neto del protón a través del material.

El mecanismo de Grotthuss es uno de los conceptos fundamentales para comprender la conducción de protones en el agua, en soluciones acuosas y en numerosos materiales sólidos, especialmente en conductores protónicos utilizados en tecnologías energéticas avanzadas. Propuesto por primera vez en 1806 por el químico y teólogo alemán Theodor von Grotthuss, este mecanismo describe una forma de transporte del protón que no implica el movimiento físico de una partícula individual a lo largo de largas distancias, sino una reorganización continua de enlaces químicos a escala molecular. A diferencia del transporte clásico por difusión, en el que una especie cargada se desplaza de un punto a otro atravesando el medio, el mecanismo de Grotthuss se basa en una transferencia cooperativa de protones a través de una red de enlaces de hidrógeno. Esta particularidad explica por qué el protón presenta una movilidad anormalmente alta en el agua en comparación con otros iones.

En un medio acuoso, el protón no existe como una entidad aislada, sino que se encuentra solvatado, formando especies como el ión hidronio (HO) y estructuras más complejas, como los complejos de Eigen y Zundel. Estas configuraciones están interconectadas por enlaces de hidrógeno, que crean una red dinámica y altamente flexible. El mecanismo de Grotthuss describe cómo el exceso de carga positiva se propaga a través de esta red mediante una secuencia de rupturas y formaciones de enlaces O–H, sin que un protón específico recorra toda la distancia.

El proceso puede imaginarse como una cadena de “saltos” protónicos en que un protón asociado a una molécula de agua se transfiere a una molécula vecina a través de un enlace de hidrógeno, mientras que simultáneamente otro enlace se reorganiza para mantener la coherencia estructural de la red. El resultado es un desplazamiento efectivo de la carga, aunque cada átomo de hidrógeno solo se mueva una distancia muy corta. Esta dinámica colectiva confiere al protón una velocidad de transporte extraordinariamente alta.

El mecanismo de Grotthuss no se limita al agua líquida. En las últimas décadas, se ha reconocido su papel central en conductores protónicos sólidos, como ciertos óxidos metálicos hidratados, polímeros conductores y membranas de intercambio protónico utilizadas en celdas de combustible. En estos materiales, los protones se desplazan a través de redes de oxígenos u otros átomos electronegativos unidos por enlaces de hidrógeno, reproduciendo, en estado sólido, una dinámica análoga a la observada en líquidos.

Un aspecto clave del mecanismo es la necesidad de flexibilidad estructural. Para que los protones puedan transferirse eficazmente, la red de enlaces de hidrógeno debe poder reorientarse y adaptarse rápidamente. Por ello, la conductividad protónica depende de factores como la longitud de los enlaces de hidrógeno, la distancia entre los átomos donantes y aceptores, y la capacidad del material para sufrir pequeñas deformaciones locales sin perder estabilidad.

En la actualidad, el mecanismo de Grotthuss es un concepto central en la investigación sobre energía limpia, electroquímica y materiales funcionales. Comprenderlo en detalle permite diseñar materiales con mayor conductividad protónica a bajas temperaturas, un requisito esencial para mejorar la eficiencia de celdas de combustible, electrolizadores y dispositivos de computación inspirados en sistemas biológicos. Así, una idea formulada a comienzos del siglo XIX sigue siendo hoy una pieza clave para las tecnologías del futuro.

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio referido anteriormente es la identificación de parámetros estructurales concretos que correlacionan fuertemente con una mayor conductividad protónica. En particular, los investigadores descubrieron que cuanto más cortos son los enlaces de hidrógeno formados entre los protones y los iones de oxígeno, mayor es la eficiencia del transporte protónico. Los enlaces de hidrógeno cortos facilitan el salto del protón, reduciendo la barrera energética asociada al proceso.

Además, la flexibilidad en la distancia entre los iones de oxígeno donante y aceptor desempeña un papel crucial. Una red cristalina capaz de acomodar ligeras variaciones en estas distancias permite una adaptación dinámica que favorece el movimiento continuo de los protones. En otras palabras, no solo importa la geometría promedio del material, sino también su capacidad para deformarse localmente sin perder estabilidad. Estos resultados refuerzan la idea de que la conducción protónica es un fenómeno emergente que depende de la interacción entre estructura, dinámica y química local, y no simplemente de la composición elemental del material.

Aunque el estudio se ha centrado en una familia específica de óxidos metálicos, los investigadores consideran que los principios identificados tienen un alcance mucho más amplio. El modelo de inteligencia artificial no se limita a reproducir datos conocidos, sino que puede explorar espacios químicos y estructurales aún no investigados experimentalmente. Un elemento clave de este avance es la posibilidad de integrar el modelo con grandes bases de datos de materiales generadas recientemente como las desarrolladas por Google o Microsoft. Estas bases de datos contienen información sobre miles o incluso millones de compuestos, muchos de los cuales nunca han sido sintetizados ni caracterizados experimentalmente. Más aún, si no existe ningún material conocido que satisfaga simultáneamente los parámetros óptimos identificados por el modelo, estos mismos parámetros pueden utilizarse como guía para generar nuevos compuestos. Este enfoque, conocido como diseño inverso de materiales, representa una de las fronteras más activas de la ciencia de materiales contemporánea.

La investigación publicada en la revista Matter ilustra de manera ejemplar cómo la combinación de inteligencia artificial, teoría químico-física y ciencia de materiales puede acelerar el desarrollo de tecnologías clave para la transición energética y la computación del futuro. Al proporcionar una comprensión más profunda de los mecanismos que gobiernan la conducción protónica y al identificar criterios claros para optimizarla, este trabajo sienta las bases para una nueva generación de materiales más eficientes, versátiles y sostenibles.

En un mundo que demanda soluciones urgentes para reducir las emisiones de carbono, mejorar la eficiencia energética y desarrollar sistemas de computación más respetuosos con el medio ambiente, enfoques como este no solo representan avances científicos, sino también herramientas estratégicas para orientar la innovación tecnológica de las próximas décadas.

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