Artículos Académicos
Todo el mundo disfruta con las clasificaciones. Parece que incluso existen personas que sufren una cierta adicción y siguen su propia posición, o la de sus amigos o enemigos, de forma compulsiva. En algunas actividades, como en el deporte o los negocios, la ordenación suele ser fácil de establecer y nadie pone ninguna objeción. Por ejemplo, en tenis, los mejores jugadores son los que más partidos ganan, por los que obtienen puntos dependiendo de la categoría de cada torneo. Las grandes empresas suelen clasificar a sus vendedores según el volumen de sus ventas: a mayor facturación, más puntos. Cosas similares se hacen en múltiples actividades humanas y, por supuesto, la tentación de clasificar y ordenar a los científicos es muy alta. Por un lado, las clasificaciones presentan muchas ventajas, aunque tienen el riesgo de generar tensiones entre los miembros del colectivo que son objeto de la ordenación. De la misma forma que una empresa preferirá contratar a un vendedor de la competencia que ha estado en los primeros puestos en ventas, para los patronos de la ciencia sería útil disponer de un listado para elegir a los mejores. Si alguien quisiera dar premios o aumentos de sueldo, estas listas sin duda podrían resultar adecuadas. Pero claro, la ciencia y la tecnología son actividades que presentan un grado muy alto de complejidad, superior sin duda a los deportes, aunque quizás no todo el mundo esté de acuerdo con esta afirmación. Y ante tal escenario de complejidad, ¿es posible medir la competencia y producción de los científicos? ¿Se les puede ordenar en listas? ¿O, es esta una tarea sin sentido destinada de antemano al fracaso? Si algo demuestra la historia de la ciencia es que siempre se intenta contestar a las preguntas y por supuesto siempre aparecen personas dispuestas a clasificar a sus colegas. Hace bastantes décadas se utilizó el número de las publicaciones como casi el único parámetro de medida. La idea era simple: suponiendo que el objetivo del científico es obtener resultados, que describe en artículos de revistas especializadas, a más artículos, más producción. Cada científico llevaría un número marcado: el de sus publicaciones y con el quedaría ordenado dentro de la comunidad. Como me acerco a las 400 palabras y no quiero dejarles intrigados, les adelanto que esta forma de clasificación se mostró inservible y se buscó mejorarla. Les intentaré terminar esta historia, que sigue por cierto inacabada, la próxima semana.