Pensándolo bien...
La Ilustración contribuyó a la separación de la Ciencia de la Religión, al secularizar los valores de aquélla. No se trata de que la Ilustración fuera desde sus orígenes un movimiento secular, como apunta Sorkin, porque religiosos también apostaron por el cambio intelectual y moral. La Ilustración fue la corriente intelectual imperante en Europa en el siglo XVIII que incluyó desde las corrientes racionalistas hasta las empiristas y alcanzó a la denominada revolución industrial, impregnando la Revolución francesa y el surgimiento del liberalismo. Tiene la Ilustración algo meritorio al impulsar la modernidad.
Las figuras científicas siguen viéndose como genios con aureolas beatíficas contribuyendo a convertir a los científicos en héroes que enarbolaba el progreso. Newton fue el primero de ellos. Pasteur protagoniza un acto de máxima audacia al inocularla vacuna contra la rabia en el pequeño Meister, que mientras que nunca anteriormente había funcionado, ahora no desarrollo los síntomas asociados a la rabia. En este caso triunfó y Pasteur resultó encumbrado. Pero en estos como en otros famosos científicos se mezclan perfiles de genialidad con servidumbres de poco virtuosos, desde Feynman, calificado de misógino, pasando por Heisenberg, sumergido en la innoble tarea de ayudar a Hitler en las investigaciones nucleares, mientras sus colegas huían como podían de Europa, incluso algunos sostienen que estuvo mezclado en delaciones, con resultados de gravedad, hasta Watson, que recientemente se le atribuye el co-descubrimiento de la estructura de hélice del ADN. Hay una distancia notable entre su aportación como científicos y su poco ejemplares cualidades como ciudadanos. Hay una disociación entre una y otra faceta, que se va descubriendo conforme pasa el tiempo y nuevas investigaciones sacan a la luz elementos que anteriormente se ignoraban.
Hoy, ocurre otro tanto cuando la conceptualización de la gente sobre la investigación y los investigadores, se perfila reflejando las peculiaridades del momento que vivimos. Se encumbran a investigadores que ponen en el escenario los mecanismos propagandísticos del momento, muchas veces actuando a dictado de beneficios directos. En realidad, hoy, como siempre, hay investigadores ambiciosos, competentes, egoístas, modestos, mediocres, trabajadores, gandules, genios... Pero el mito del científico arrollador, superior intelectualmente, santo de vida ejemplar acompañando a una trayectoria científica impecable, no se sostiene.
En su momento, el mito del científico surgió al asociar su actividad a la búsqueda de la verdad. La biografía de Newton pone de relieve que no le bastó con la proposición de leyes de validez Universal, como anteriormente ocurrió con Copérnico o Kepler, sino que había un halo de misticismo que sustentaba a unos personajes elegidos para guiar a la Humanidad. Los científicos con la verdad, ejercían un papel similar a los sacerdotes, por tanto en competencia con ellos. Cuando la Ciencia la adoptó el Estado como amparo para consolidar el poder fuera del amparo religioso, los mitos nacionales pasaron a pertenecer al ámbito científico. Dejando de lado el aspecto ciudadano, el científico se le dota de una especie de halo que los identifica con el progreso y capaces de ejercer de guías hacia unos objetivos que se identifican con la perfección.
No podemos hoy sustraernos a este perfil. Hoy verdad se identifica con bien, al margen de cualquier otra consideración sobre el nivel de ciudadanía que pueda albergar quien enarbola aquella. Se ha disociado la verdad científica de la utilización que pueda hacerse de los descubrimientos, amparando con ello cualquier práctica posible, incluidas las inconvenientes para la especie humana.
El mecanismo de la Ciencia es el gran desconocido. Demasiada gente piensa que la Ciencia funciona a golpes de genialidad, ocurrencias de la última noche; que los enunciados científicos son verdades incontrovertibles. Nada más lejos de la realidad. La Ciencia es el resultado del debate, de la crítica, de la confrontación de resultados, de la falsación de la aproximación a la verdad a pequeños pasos, la lenta construcción de teorías que se van sucediendo incorporando elementos que las perfeccionan. Nunca es el resultado de alguien solo, aislado, sino de muchas inteligencias, muchas cooperaciones, muchos esfuerzos colectivos, muchas pequeñas aportaciones en muchos campos del saber distintos y distantes. Probablemente es el ámbito donde mayor cooperación se da de entre todos los que constituyen el abanico de actividades humanas. Las biografías de los científicos aportan el equilibrio y la grandeza que requieren las grandes aportaciones.
No es tiempo de héroes. Los valores sociales y los modelos de vida van acordes al sacrificio, al trabajo, a la discreción y al silencio con el que grandes investigadores hacen sus aportaciones a la Ciencia y a la Sociedad. La gestión de nuestras vidas no es un proceso científico, por mucho que algunos quieran confundirlo. Son otras cualidades las requeridas. La verdad científica se aporta desde el trabajo científico, no desde las convicciones. Cuando se mezclan los papeles, deviene en disparate. Hoy no estamos en el escenario de las verdades científicas, sino en la gestión de un tiempo complejo que requiere a la Ciencia como asesoramiento, no como elemento de gestión. Eso es otra cosa. No confundamos.
Las figuras científicas siguen viéndose como genios con aureolas beatíficas contribuyendo a convertir a los científicos en héroes que enarbolaba el progreso. Newton fue el primero de ellos. Pasteur protagoniza un acto de máxima audacia al inocularla vacuna contra la rabia en el pequeño Meister, que mientras que nunca anteriormente había funcionado, ahora no desarrollo los síntomas asociados a la rabia. En este caso triunfó y Pasteur resultó encumbrado. Pero en estos como en otros famosos científicos se mezclan perfiles de genialidad con servidumbres de poco virtuosos, desde Feynman, calificado de misógino, pasando por Heisenberg, sumergido en la innoble tarea de ayudar a Hitler en las investigaciones nucleares, mientras sus colegas huían como podían de Europa, incluso algunos sostienen que estuvo mezclado en delaciones, con resultados de gravedad, hasta Watson, que recientemente se le atribuye el co-descubrimiento de la estructura de hélice del ADN. Hay una distancia notable entre su aportación como científicos y su poco ejemplares cualidades como ciudadanos. Hay una disociación entre una y otra faceta, que se va descubriendo conforme pasa el tiempo y nuevas investigaciones sacan a la luz elementos que anteriormente se ignoraban.
Hoy, ocurre otro tanto cuando la conceptualización de la gente sobre la investigación y los investigadores, se perfila reflejando las peculiaridades del momento que vivimos. Se encumbran a investigadores que ponen en el escenario los mecanismos propagandísticos del momento, muchas veces actuando a dictado de beneficios directos. En realidad, hoy, como siempre, hay investigadores ambiciosos, competentes, egoístas, modestos, mediocres, trabajadores, gandules, genios... Pero el mito del científico arrollador, superior intelectualmente, santo de vida ejemplar acompañando a una trayectoria científica impecable, no se sostiene.
En su momento, el mito del científico surgió al asociar su actividad a la búsqueda de la verdad. La biografía de Newton pone de relieve que no le bastó con la proposición de leyes de validez Universal, como anteriormente ocurrió con Copérnico o Kepler, sino que había un halo de misticismo que sustentaba a unos personajes elegidos para guiar a la Humanidad. Los científicos con la verdad, ejercían un papel similar a los sacerdotes, por tanto en competencia con ellos. Cuando la Ciencia la adoptó el Estado como amparo para consolidar el poder fuera del amparo religioso, los mitos nacionales pasaron a pertenecer al ámbito científico. Dejando de lado el aspecto ciudadano, el científico se le dota de una especie de halo que los identifica con el progreso y capaces de ejercer de guías hacia unos objetivos que se identifican con la perfección.
No podemos hoy sustraernos a este perfil. Hoy verdad se identifica con bien, al margen de cualquier otra consideración sobre el nivel de ciudadanía que pueda albergar quien enarbola aquella. Se ha disociado la verdad científica de la utilización que pueda hacerse de los descubrimientos, amparando con ello cualquier práctica posible, incluidas las inconvenientes para la especie humana.
El mecanismo de la Ciencia es el gran desconocido. Demasiada gente piensa que la Ciencia funciona a golpes de genialidad, ocurrencias de la última noche; que los enunciados científicos son verdades incontrovertibles. Nada más lejos de la realidad. La Ciencia es el resultado del debate, de la crítica, de la confrontación de resultados, de la falsación de la aproximación a la verdad a pequeños pasos, la lenta construcción de teorías que se van sucediendo incorporando elementos que las perfeccionan. Nunca es el resultado de alguien solo, aislado, sino de muchas inteligencias, muchas cooperaciones, muchos esfuerzos colectivos, muchas pequeñas aportaciones en muchos campos del saber distintos y distantes. Probablemente es el ámbito donde mayor cooperación se da de entre todos los que constituyen el abanico de actividades humanas. Las biografías de los científicos aportan el equilibrio y la grandeza que requieren las grandes aportaciones.
No es tiempo de héroes. Los valores sociales y los modelos de vida van acordes al sacrificio, al trabajo, a la discreción y al silencio con el que grandes investigadores hacen sus aportaciones a la Ciencia y a la Sociedad. La gestión de nuestras vidas no es un proceso científico, por mucho que algunos quieran confundirlo. Son otras cualidades las requeridas. La verdad científica se aporta desde el trabajo científico, no desde las convicciones. Cuando se mezclan los papeles, deviene en disparate. Hoy no estamos en el escenario de las verdades científicas, sino en la gestión de un tiempo complejo que requiere a la Ciencia como asesoramiento, no como elemento de gestión. Eso es otra cosa. No confundamos.
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