Artículos Académicos
Si la Ciencia no es divertida, sugerente y retadora no puede ser buena Ciencia. Un enunciado así para empezar, solo tiene parangón con el que hiciera Ortega en 1933 cuando inauguró los cursos de verano, de la Universidad Menéndez Pelayo.. Decía, “sin la técnica, el hombre no existiría, ni habría existido jamás”. Para hacer Ciencia no basta el mero análisis, ni la sola demostración, es preciso la intuición y el afecto. No basta con encapsular cualquier cosa en unas ecuaciones, como propugnó el positivismo del XIX, cuando empezaron algunos a creer que todo lo cognoscible estaba al alcance, como hoy lo cree Steve Weigbaum, por muy Nobel que sea. Descubrir conlleva una cierta disposición a dar entrada a la intuición. Sin el mecanismo inductivo nunca ha progresado la Ciencia. Es necesario que haya una colocación del observador abandonando los esquemas conocidos, para establecer una correspondencia entre el yo y la realidad. Hace falta un interés por el objeto estudiado, si no es muy difícil llegar a conocer algo. El estupor inicial es imprescindible y hay una correspondencia entre la belleza y la verdad. No es que todas las cosas bellas sean verdaderas, hay demasiados contraejemplos: Vulcano, un planeta entre el Sol y Mercurio; la teoría de la Tierra en continua expansión; la generación espontánea, en vigor desde Aristóteles hasta el siglo XIX; la Teoría del Universo estático, que cautivó, incluso al propio Einstein, hasta que Hubble predijo los agujeros negros y la más reciente de 1989 de Einschmann y Pons con la fusión fría, que puso en cuestión la teoría nuclear y a la propia Termodinámica, para acabar en un fraude, hoy admitido por todos. Es cierto pero, pese a ello, la belleza de una teoría es un buen indicio. Dirac decía “tiene mucho más valor que las ecuaciones sean bellas a que respondan a todos los hechos experimentales”. Cuando se comprobó la teoría de la relatividad en la que Einstein predijo que la luz sufriría una deflexión al pasar cerca de un cuerpo masivo (el Sol), se hicieron dos experimentos, uno Brasil y otro en SudAfrica. Los resultados de Brasil no corroboraron nada, ante lo que Einstein afirmó: “Los experimentos están equivocados, no es posible que una teoría tan bella sea errónea”. Así fue, por cuanto los de Africa del Sur confirmaron plenamente la teoría de Einstein.