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Solemos pensar que una catástrofe nuclear a nivel mundial supondría la desaparición de la vida en nuestro planeta. Pero estamos equivocados. Aunque un conflicto radioactivo global ocasionara la desaparición de la vida inteligente no provocaría la extinción de todas las formas de vida. En especial, existe una especie microbiana llamada Deinococcus radiodurans que es notable por su resistencia a las radiaciones gamma, a la luz ultravioleta y a la desecación prolongada. Una dosis radioactiva de unos 600 rads causa la muerte del hombre, pero Deinococcus radiodurans resiste perfectamente 5 millones de rads (el rad es una unidad de medida de la radiación) e incluso puede crecer bajo una radiación constante de 6.000 rads. Otros microorganismos o nuestras propias células no sobreviven a las roturas que produce la radiación en la doble cadena del ADN, pero esta bacteria extraordinaria tiene una notable capacidad para reparar continuamente tales roturas y en eso descansa su llamativa resistencia.
Deinococcus radiodurans posee dos mecanismos que reparan el daño inducido por la radiación. Uno consiste en unir directamente fragmentos consecutivos y otro en poner parches por recombinación homóloga. Las reparaciones requieren que haya piezas intactas de ADN para ser empleadas como molde, y la singularidad de esta bacteria y la eficacia de estos procesos reside en que cada célula posee hasta 10 copias repetidas del genoma, lo que aumenta la posibilidad de moldes sin rotura. Además, todos los genomas de cada célula se mantienen juntos en una estructura toroidal típica que facilita la proximidad de regiones homólogas para la reconstrucción de las roturas. Existe otro factor adicional que facilita la reparación del ADN: las células de esta bacteria se agrupan de cuatro en cuatro formando tétradas y, tras el daño al genoma, el ADN de una célula puede emigrar a otra adyacente prestando moldes intactos para la reconstrucción. Por si fuera poco, esta bacteria produce pigmentos carotenoides que actúan de pantalla de protección frente a la radiación.
En definitiva, ésta y otras bacterias, como Thermococcus gammatolerans, resisten enormes radiaciones en ambientes terrestres naturales y artificiales. Cabe preguntarse qué presión selectiva ha actuado para que tengan tan notable resistencia. La respuesta más probable es que se trata de líneas evolutivas arcaicas que descienden directamente de las primeras células que habitaron la tierra primitiva, cuando tales células estaban sometidas a una intensa radiación por ausencia de la capa de ozono actual. Chernóbil es un paraíso para estas superbacterias.