Columnas
Columna de la Academia publicada en el diario La Verdad el 13 de julio de 2019.
Cuando aprietan los calores, se agradece un buen trago de agua fresca. En la actualidad, prácticamente en todos los hogares hay un frigorífico para proporcionarnos un refrescante vaso del líquido elemento. Pero, hace años, este electrodoméstico no estaba al alcance de todo el mundo. Si vamos más atrás en el tiempo, hubo una época en que se usaba el botijo para beber agua fresca. Esa vasija de barro poroso que se usa para refrescar el agua (tal como lo define la Real Academia Española), hoy parece relegada a objeto de adorno, o motivo de chanza (¿quién no ha oído la frase «Más simple que el mecanismo de un botijo» refiriéndose a algo –o alguien– de poca complejidad?).
Lo cierto es que el tradicional botijo, además de ser una hermosa pieza de artesanía popular, ha refrescado a nuestros antepasados, y también nos refrescará a nosotros, si nos animamos a levantarlo y atinar en nuestras gargantas con el chorro que sale de su pitorro. Los fundamentos científicos de su funcionamiento no son tan simples como la frase anterior parece dar a entender. En 1995 se publicó en Chemical Engineering Education, una detallada explicación científica de por qué se enfría el agua contenida en un botijo. Para ello recurrieron a la termodinámica (esa disciplina a caballo de la física y la química), a base de fórmulas, gráficas, medidas… Pero en esta columna mencionaremos de forma resumida cuáles son los principales procesos que contribuyen a refrescar el agua en el interior de ese familiar recipiente de barro.
Y es que el barro (o la arcilla, sin entrar en tecnicismos) de que están hechos los botijos permite que el agua de su interior se filtre por sus poros y rezume hacia el exterior del recipiente, a lo cual solemos referirnos coloquialmente diciendo que el «botijo suda». Y eso es bueno, porque de la misma manera que nuestra piel se refresca cuando sudamos, el agua del botijo se refresca porque la arcilla suda. La evaporación del agua requiere unas 500 calorías –o 2400 J, si usamos el Sistema Internacional– por gramo, y esa energía se toma del interior del botijo (o de nuestra piel sudada), con la consiguiente reducción de temperatura. Por eso importa que el botijo sude (se coloca sobre un plato para recoger parte del agua exudada) y que, además, esté en un lugar ventilado y con poca humedad ambiente, para facilitar el proceso de evaporación. Dada la importancia de que el botijo sude, espero que quede claro que el barniz de algunos botijos (que dificulta la salida del agua a través de los poros) no es adecuado para el propósito originario de la botija, que no solo cuando es nueva hace el agua fresca.