Pensándolo bien...

null ALQUIMISTAS BIOLÓGICOS

Desde una perspectiva bioquímica, los insectos constituyen una de las fábricas moleculares más eficientes y versátiles del reino animal. A lo largo de millones de años de evolución, han desarrollado mecanismos especializados para sintetizar compuestos con funciones tan diversas como defensa, comunicación, reproducción, digestión y adaptación ambiental. Más aún, el estudio moderno de estas moléculas ha abierto nuevas fronteras en campos como la farmacología, la biotecnología, la agricultura y la medicina. Resulta muy interesante conocer cómo los insectos fabrican moléculas complejas, qué tipos de sustancias producen, y cómo los humanos están comenzando a aprovechar estas capacidades con fines industriales y científicos.

Los insectos son maestros de la comunicación química. A través de feromonas, que son moléculas volátiles que transmiten mensajes entre individuos de la misma especie, pueden coordinar actividades sociales, atraer parejas, marcar territorios o advertir peligros. Las feromonas sexuales son especialmente conocidas, por ejemplo, en las mariposas nocturnas, como la hembra del género Bombyx, que producen moléculas como el bombykol, que pueden atraer machos a kilómetros de distancia.

Los mecanismos para producir estas moléculas están finamente regulados por enzimas específicas, como desaturasas y reductasas, que modifican ácidos grasos o terpenos derivados del metabolismo primario. Estas rutas metabólicas se han estudiado con interés, no solo por su sofisticación, sino porque pueden ser replicadas mediante ingeniería genética en bacterias y levaduras para aplicaciones industriales.

Muchos insectos han desarrollado toxinas como herramientas de defensa o para emplearlas en la caza. Las avispas parasitoides, por ejemplo, inyectan una mezcla de proteínas, péptidos y enzimas que paralizan a sus huéspedes y modulan su sistema inmune. En otro caso paradigmático, el escarabajo bombardero (Brachinus) produce una violenta explosión química mediante la mezcla de peróxido de hidrógeno y quinonas dentro de una cámara abdominal, liberando una nube tóxica a más de 100 ºC para disuadir a depredadores. Algunas de estas toxinas tienen propiedades farmacológicas. Péptidos de avispas y hormigas están siendo estudiados como modelos para analgésicos y antibióticos, mientras que toxinas paralizantes de arañas e insectos se exploran como posibles insecticidas bioselectivos.

Los insectos también fabrican pigmentos como melaninas, omocromos y pteridinas, responsables de una impresionante variedad de colores y patrones. Estos compuestos no solo cumplen funciones estéticas, sino también termorreguladoras, miméticas o de señalización sexual. En algunos casos, como en escarabajos iridiscentes, la coloración no depende de pigmentos, sino de nanoestructuras que manipulan la luz, lo que se conoce como coloración estructural, pero incluso estas estructuras requieren la regulación molecular de la quitina y otras proteínas.

Los insectos se comportan, también como fábricas moleculares que exhiben en el ámbito de la biotecnología y biomimetismo.  Uno de los ejemplos más célebres de producción molecular por insectos es la seda de Bombyx mori, el gusano de seda. Su hilo es una combinación de fibroína (núcleo estructural) y sericina (recubrimiento adhesivo). Esta seda no solo ha sido explotada durante milenios como textil, sino que también tiene aplicaciones actuales en medicina regenerativa, como soporte para cultivos celulares o como matriz para liberación controlada de fármacos. Los genes que codifican estas proteínas han sido clonados en bacterias, hongos e incluso cabras transgénicas, lo que ha permitido producir “seda recombinante” con características modificadas, como mayor elasticidad o biodegradabilidad específica.

                                      Imagen creada con ayuda de ChatGPT con DALL-E

La quitina es el segundo polímero natural más abundante del planeta después de la celulosa, y constituye el exoesqueleto de los insectos. Derivados de la quitina, como el quitosano, tienen aplicaciones en cosmética, agricultura, medicina y tratamiento de aguas. En paralelo, los insectos también producen enzimas como quitinasas y lisozimas que degradan su propia cutícula durante la muda o que participan en la defensa inmunológica. La biología sintética y la ingeniería de proteínas están comenzando a utilizar genes insectiles de estas enzimas para desarrollar métodos industriales sostenibles de reciclaje de biopolímeros.

Los insectos xilófagos como las termitas o escarabajos barrenadores poseen enzimas especializadas para digerir lignocelulosa, lo que supone una capacidad de gran interés para la producción de biocombustibles. Muchas de estas enzimas no son producidas directamente por el insecto, sino por simbióticos microbios en su intestino, pero el insecto regula finamente su ambiente digestivo para maximizar la actividad enzimática. Los estudios metagenómicos del microbioma intestinal de insectos han revelado un tesoro oculto de enzimas con potencial biotecnológico: celulasas, xilanasa, ligninasas, y otras capaces de actuar en condiciones extremas de pH o temperatura.

Las aplicaciones biomédicas de las moléculas producidas por los insectos son muy variadas. Entre ellas figuran los antibióticos y péptidos antimicrobianos, porque los insectos, al vivir en entornos ricos en patógenos, han desarrollado sistemas inmunes innatos muy eficaces. Entre sus componentes se encuentran los péptidos antimicrobianos, como defensinas, cecropinas o attacinas, capaces de matar bacterias, hongos e incluso células tumorales. Estos compuestos, aislados de insectos como Drosophila melanogaster, Galleria mellonella o escarabajos del género Tenebrio, están siendo evaluados como alternativas a los antibióticos tradicionales, especialmente frente a bacterias multirresistentes.

Algunas toxinas de avispas, como la melitina (de Apis mellifera), muestran efectos líticos sobre células tumorales. La investigación en nanotecnología médica está utilizando estas toxinas encapsuladas en liposomas para dirigirlas selectivamente a tumores, evitando la destrucción de células sanas. Además, extractos de insectos tradicionales en la medicina oriental, como grillos o ciempiés, contienen compuestos con propiedades antiinflamatorias y antioxidantes aún en fase de investigación.

En la agricultura molecular, los insectos se disponen al servicio de la ingeniería genética, como los insectos transgénicos productores de moléculas, porque gracias a la biología molecular moderna, insectos como Drosophila o Bombyx mori han sido modificados genéticamente para producir proteínas de interés médico o industrial. Por ejemplo Bombyx mori transgénicos que producen colágeno humano o factores de crecimiento para aplicaciones biomédicas o moscas modificadas que secretan enzimas industriales o antígenos vacunales. La ventaja de usar insectos es su bajo coste, alta eficiencia reproductiva y posibilidad de cultivo a gran escala. Investigadores de varios centros están desarrollando abejas que puedan actuar como vectores de compuestos bioactivos en cultivos, depositando moléculas que actúan como bioestimulantes o defensas naturales contra plagas, sin necesidad de fumigación.

Parece obvio que este tipo de explotaciones plantea una cuestión de ética, sostenibilidad y retos científicos a resolver. El uso masivo de insectos plantea cuestiones éticas emergentes, porque aunque no poseen sistema nervioso central complejo como los vertebrados, existe un debate sobre su capacidad de sufrimiento. Además, la ingeniería genética de insectos exige cautela para evitar impactos ecológicos indeseados. Por otro lado, los insectos ofrecen soluciones sostenibles a múltiples retos actuales, dado que permiten producir moléculas con bajo impacto ambiental, transforman residuos orgánicos en biomasa útil y reducen la dependencia de cultivos industriales para productos químicos. Además, su uso como biofábricas podría integrarse en una economía circular, por ejemplo, produciendo bioplásticos, biofertilizantes o ingredientes farmacéuticos desde insectos alimentados con subproductos agrícolas.

Lejos de ser meros “bichos”, los insectos son verdaderos alquimistas naturales, capaces de sintetizar una diversidad asombrosa de moléculas funcionales. A través de rutas metabólicas refinadas, generan feromonas, toxinas, pigmentos, enzimas, proteínas estructurales y péptidos con aplicaciones que van desde la comunicación ecológica hasta la biomedicina de vanguardia. La Ciencia moderna ha comenzado a descifrar y replicar estas capacidades, ofreciendo nuevas oportunidades para una biotecnología inspirada en la naturaleza. El siglo XXI promete ser testigo de una revolución en la que los insectos dejarán de ser vistos como plagas o recursos marginales, para convertirse en aliados moleculares esenciales para la salud, la sostenibilidad y la innovación tecnológica. Su potencial como fábricas vivas está solo empezando a ser comprendido y puede que en sus genes y secreciones se escondan soluciones a muchos de los desafíos del futuro.

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