Pensándolo bien...
La Cumbre mundial del Clima COP25, celebrada en Madrid ha concitado la presencia de decenas de Jefes de Estado y de Gobierno, organizaciones ambientales, científicos, empresarios, diseñadores y un largo etcétera. Se estima que se ha superado la cifra de 25.000 representantes de unos 200 países que se han reunido en Madrid unos días de diciembre de 2019, pretendiendo alcanzar acuerdos y firmar y contraer compromisos para abordar la ingente y descomunal tarea de intentar soslayar los efectos perversos del Cambio Climático.
No necesariamente los resultados alcanzados satisfacen ni a todos los interesados, ni a todos los actores que deben tomar partido en esta desigual batalla que las mentes sensatas necesitan integrar en el escenario. Siempre, la realidad limita las ambiciones, por saludables que sean. Demasiado tiempo y compromisos rotos, incumplimientos acumulados y objetivos aplazados y un nivel que cada vez resulta más difícil de superar. La gobernanza mundial, lejos de presentarse como una utopía capaz de movilizar en la buena dirección, se ha revelado ser un arma promotora de desigualdad, desencanto y acúmulo de intereses económicos y nueva forma de colonialismo y mecanismo de explotación de unos países, ricos y desarrollados, a otros que, eufemísticamente, se les denomina “en vías de desarrollo”, por resultar demasiado ruda la denominación de “países pobres”, aunque esa sea la categoría.
Hay que reconocer que la insistente comunicación, incluida la controvertida Greta Tunberg, con sobrada capacidad movilizadora, como ha evidenciado de forma excelente, al menos en el lugar donde se ha celebrado, ha actualizado en gran medida la conciencia de mucha gente sobre un tema de dimensión global como es el Cambio Climático. Inevitable consecuencia es la convicción que propicia de que el papel a jugar no sólo está en manos de los gobiernos y las administraciones, sino en la propia gente, en todos y cada uno de nosotros. Ciertamente en muchos frentes, siempre se piensa y atribuye responsabilidad a los que gobiernan o administran, omitiendo el papel personal, que no se debería soslayar nunca: “tú qué haces por …”. En el Cambio Climático, no podía ser menos: todos y cada uno de nosotros, tenemos responsabilidad en lo que pasa, además de que las normas y legislaciones pudieran y son muy importantes.
El ambiente es propicio para la reflexión y el repaso a nuestras convicciones éticas. Es todo un mundo el que nos sumerge en una especie de derecho especial sobre la Naturaleza, que habría que explicar. Los humanos, hay que reconocerlo, somos unos seres sobresalientes en la Naturaleza, no uno más, pero precisamente esa posición nos da de bruces con la consideración que debiéramos adoptar ante los demás seres vivos, porque la ética y la moral nos impone obligaciones, que debiéramos poner en claro. Probablemente, no termina aquí la panoplia de reflexiones a llevar a cabo, porque si profundizamos llegaríamos a plantearnos por qué es así que debiéramos adoptar posiciones éticas o morales para hacer uso de los recursos naturales. No puede ser que solamente nos guiemos por posiciones utilitaristas, en virtud de las cuales la producción de bienes y la felicidad que proporcionan a mucha gente sean la brújula o compás que guíe nuestra conducta como humanos. No hay mucha justificación en que sea el utilitarismo la doctrina que alimente la ética del Medio Ambiente.
Parece natural que nos planteemos qué diferencias pueden haber, si es que está justificado, entre las normas morales que rigen en las relaciones entre las personas, gente de la misma especie y las que pudieran darse entre las personas y la Naturaleza, incluyendo a otras especies, que para muchos pensadores se extiende a las plantas, e incluso elementos materiales no vivos, desde los recursos naturales hasta rocas o considera la propia Tierra como un organismo vivo, a más de los ecosistemas o los procesos de entidad que permiten y sostienen a los organismos vivos. El antropormofismo ha representado una limitación severa, incluso de raíces religiosas, que ha errado la dirección del progreso, incorporando deficiencias acumulables que demandan corrección en el rumbo.
No cabe duda de que entre la Ciencia y la Ética se da una concomitancia y mutua interacción que permite que las cosas, tal como ocurren, como describe la Ciencia, condicione las cosas como debieran ser, como propugna la Ética y viceversa, desde las cosas como debieran ser, como impulsa la Ética, se condicione el avance y progreso de la Ciencia en la dirección de progreso y desarrollo humano. No todo se puede propiciar, no todo se puede experimentar y el ámbito genético es un buen ejemplo para analizarlo, de análoga entidad al alcance de la incursión humana en el Medio Ambiente.
La noción de natural como opuesto a artificial, tiene lagunas que han generado y generan debates enconados. La interferencia de los seres vivos en la Naturaleza, alterando la evolución a largo plazo que aporta un valor añadido, que no otorga la intervención humana, se pone en cuestión porque también los humanos forman parte de la Naturaleza y se podría entender que se menosprecia el valor de las aportaciones humanas. Pero si tomamos como referencia el destino final de todo lo conocido, vida incluida, como es la extinción final de todas las especies, porque de hecho es el final de los procesos naturales que acontecen sin la intervención humana, lo que resulta ser negativo, lo que nos matiza cualitativamente, es la aceleración de la desaparición de especies o elementos naturales, como consecuencia de las actividades humanas y es eso lo que debemos combatir. No es un proceso que se pueda categorizar como natural cuando consideramos la provocación de la aceleración de la extinción. La pregunta ¿tú qué haces, que aportas? debiera atormentarnos. Nos enfrenta con nuestras propias limitaciones, nos da de bruces con una realidad que no nos gusta. Todos estamos contribuyendo a la extinción final, sin paliativos. Si meditamos en nuestra conducta diaria, ¿Cuántas cosas pudiéramos mejorar? Pues esas también son importantes como consecuencia responsable de la Conferencia contra el Cambio Climático que acaba de tener lugar. Podrían tener acomodo entre las conclusiones finales. Y todas se pueden cumplir, ¡seguro!
No necesariamente los resultados alcanzados satisfacen ni a todos los interesados, ni a todos los actores que deben tomar partido en esta desigual batalla que las mentes sensatas necesitan integrar en el escenario. Siempre, la realidad limita las ambiciones, por saludables que sean. Demasiado tiempo y compromisos rotos, incumplimientos acumulados y objetivos aplazados y un nivel que cada vez resulta más difícil de superar. La gobernanza mundial, lejos de presentarse como una utopía capaz de movilizar en la buena dirección, se ha revelado ser un arma promotora de desigualdad, desencanto y acúmulo de intereses económicos y nueva forma de colonialismo y mecanismo de explotación de unos países, ricos y desarrollados, a otros que, eufemísticamente, se les denomina “en vías de desarrollo”, por resultar demasiado ruda la denominación de “países pobres”, aunque esa sea la categoría.
Hay que reconocer que la insistente comunicación, incluida la controvertida Greta Tunberg, con sobrada capacidad movilizadora, como ha evidenciado de forma excelente, al menos en el lugar donde se ha celebrado, ha actualizado en gran medida la conciencia de mucha gente sobre un tema de dimensión global como es el Cambio Climático. Inevitable consecuencia es la convicción que propicia de que el papel a jugar no sólo está en manos de los gobiernos y las administraciones, sino en la propia gente, en todos y cada uno de nosotros. Ciertamente en muchos frentes, siempre se piensa y atribuye responsabilidad a los que gobiernan o administran, omitiendo el papel personal, que no se debería soslayar nunca: “tú qué haces por …”. En el Cambio Climático, no podía ser menos: todos y cada uno de nosotros, tenemos responsabilidad en lo que pasa, además de que las normas y legislaciones pudieran y son muy importantes.
El ambiente es propicio para la reflexión y el repaso a nuestras convicciones éticas. Es todo un mundo el que nos sumerge en una especie de derecho especial sobre la Naturaleza, que habría que explicar. Los humanos, hay que reconocerlo, somos unos seres sobresalientes en la Naturaleza, no uno más, pero precisamente esa posición nos da de bruces con la consideración que debiéramos adoptar ante los demás seres vivos, porque la ética y la moral nos impone obligaciones, que debiéramos poner en claro. Probablemente, no termina aquí la panoplia de reflexiones a llevar a cabo, porque si profundizamos llegaríamos a plantearnos por qué es así que debiéramos adoptar posiciones éticas o morales para hacer uso de los recursos naturales. No puede ser que solamente nos guiemos por posiciones utilitaristas, en virtud de las cuales la producción de bienes y la felicidad que proporcionan a mucha gente sean la brújula o compás que guíe nuestra conducta como humanos. No hay mucha justificación en que sea el utilitarismo la doctrina que alimente la ética del Medio Ambiente.
Parece natural que nos planteemos qué diferencias pueden haber, si es que está justificado, entre las normas morales que rigen en las relaciones entre las personas, gente de la misma especie y las que pudieran darse entre las personas y la Naturaleza, incluyendo a otras especies, que para muchos pensadores se extiende a las plantas, e incluso elementos materiales no vivos, desde los recursos naturales hasta rocas o considera la propia Tierra como un organismo vivo, a más de los ecosistemas o los procesos de entidad que permiten y sostienen a los organismos vivos. El antropormofismo ha representado una limitación severa, incluso de raíces religiosas, que ha errado la dirección del progreso, incorporando deficiencias acumulables que demandan corrección en el rumbo.
No cabe duda de que entre la Ciencia y la Ética se da una concomitancia y mutua interacción que permite que las cosas, tal como ocurren, como describe la Ciencia, condicione las cosas como debieran ser, como propugna la Ética y viceversa, desde las cosas como debieran ser, como impulsa la Ética, se condicione el avance y progreso de la Ciencia en la dirección de progreso y desarrollo humano. No todo se puede propiciar, no todo se puede experimentar y el ámbito genético es un buen ejemplo para analizarlo, de análoga entidad al alcance de la incursión humana en el Medio Ambiente.
La noción de natural como opuesto a artificial, tiene lagunas que han generado y generan debates enconados. La interferencia de los seres vivos en la Naturaleza, alterando la evolución a largo plazo que aporta un valor añadido, que no otorga la intervención humana, se pone en cuestión porque también los humanos forman parte de la Naturaleza y se podría entender que se menosprecia el valor de las aportaciones humanas. Pero si tomamos como referencia el destino final de todo lo conocido, vida incluida, como es la extinción final de todas las especies, porque de hecho es el final de los procesos naturales que acontecen sin la intervención humana, lo que resulta ser negativo, lo que nos matiza cualitativamente, es la aceleración de la desaparición de especies o elementos naturales, como consecuencia de las actividades humanas y es eso lo que debemos combatir. No es un proceso que se pueda categorizar como natural cuando consideramos la provocación de la aceleración de la extinción. La pregunta ¿tú qué haces, que aportas? debiera atormentarnos. Nos enfrenta con nuestras propias limitaciones, nos da de bruces con una realidad que no nos gusta. Todos estamos contribuyendo a la extinción final, sin paliativos. Si meditamos en nuestra conducta diaria, ¿Cuántas cosas pudiéramos mejorar? Pues esas también son importantes como consecuencia responsable de la Conferencia contra el Cambio Climático que acaba de tener lugar. Podrían tener acomodo entre las conclusiones finales. Y todas se pueden cumplir, ¡seguro!
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