Columnas
Columna de la Acadmia publicada en el Diario La Verdad el 6 de octubre de 2018
Este curso 2018-2019 se cumplen cuarenta años de docencia e investigación en ecología en la Universidad de Murcia. Su impartición llegó en cuarto de carrera como consecuencia natural de la implementación de la licenciatura de Biología en 1975. Ese año, convulso socialmente, iniciamos los estudios la primera promoción movidos en muchos casos por la necesidad de comprender y defender algún ecosistema que nos resultaba entrañable y cuya degradación se anunciaba de forma dolorosa. En mi caso era el Mar Menor, pero en esa promoción había tantas ilusiones y objetivos como alumnos y muchos son hoy excelentes docentes e investigadores en botánica, fisiología, bioquímica, zoología… y por supuesto, ecología, con todas sus facetas.
La propia ecología estaba en esos años queriendo emerger como disciplina y sacudirse el estigma de ciencia blanda, descriptiva, poco predictiva e inmanejable debido a la complejidad de los problemas que aborda y a la multiplicidad de variables que pueden afectar al resultado. Pero, como en el caso de la física cuántica, la complejidad y la incertidumbre no son una barrera infranqueable para la ciencia y las aproximaciones probabilísticas, con herramientas como los análisis multivariantes, las teorías del caos o de las catástrofes y diseños experimentales para los muestreos de campo permiten un poder de predicción tan sólido como el de cualquier otra ciencia. Y esto la ha convertido en una herramienta eficaz para anticipar, diagnosticar y proponer soluciones a problemas ambientales de toda índole.
Como ecosistema virgen que abría un nuevo nicho ecológico, nuestra facultad fue rápidamente colonizada por profesores formados en otras universidades. Y esto fue una gran suerte para los estudiantes de Murcia porque llegaron discípulos directos de los dos padres de la ecología en España cuyas definiciones de ecología como “biofísica de los ecosistemas” (Margalef) o como “ciencia de los ecosistemas” (González Bernáldez) definen dos enfoques complementarios que cubren desde los principios básicos de la termodinámica a las repercusiones sociales y ambientales del uso que hacemos de los ecosistemas. Los sucesivos planes de estudios, la separación de nichos y la especialización, inevitables para reducir la competencia a medida que se incorporaban nuevas promociones, dieron lugar a una explosión de aproximaciones docentes e investigadoras: ecología aplicada, limnología, oceanografía, seguidas de ecología terrestre, de sistemas, metodológica y cuantitativa, evaluación de impacto ambiental, explotación de recursos vivos marinos, elementos de política ambiental… que luego se ramificaron y entrecruzaron dando lugar a una estructura compleja y diversa pero sin perder su productividad y con el denominador común de la preocupación y la lucha por desarrollar una ciencia comprometida con los problemas ambientales y la defensa de nuestros ecosistemas en base al conocimiento científico y cultural.