Pensándolo bien...

null “LO QUE NO SE PUEDA MEDIR, HAZLO MEDIBLE”

Las revoluciones sociales han ido siempre de la mano de novedades que han llegado a ser innovaciones. No deja de ser curioso que hoy utilicemos una perversión del lenguaje aplicando el concepto de innovación de forma generalizada e impropia a cualquier cosa que, supuestamente, pueda ser tan solo nueva. La escala conjetura, idea, novedad, prototipo, desarrollo y, finalmente innovación, si la sociedad quiere o juzga oportuno que lo aportado es útil y va en la dirección de proporcionar progreso a la Humanidad. Porque la innovación requiere progreso, aportación sustantiva en la dirección de mejora de la Humanidad, facilitando la vida y aportando felicidad. Los primeros vehículos a motor, no fueron innovaciones, hasta que encajaron en un escenario en el que alteraron, favorablemente, el concepto de distancia con las consecuencias que ello tuvo. Al principio imitaron al carro, que era el instrumento implementado para alterar el concepto de distancia y transporte. Poco a poco, la Humanidad fue otorgándole el status de innovación

Todas las revoluciones sociales han surgido al calor de invenciones, dispositivos, herramientas materiales o mentales que han supuesto un paso adelante en el desarrollo de la Humanidad. En la época más brillante, cual fue la renacentista todos los aspectos de interés de la vida fueron objeto de afectación. El hombre se colocó en el centro de atención, abandonando la perspectiva divina que se mantuvo en la Edad Media. Fe en el ser y los valores humanos, abandonando la naturaleza pecaminosa supuesta para el hombre en la Edad Media. Los humanistas del Renacimiento situaron al ser humano como punto de partida, de referencia. Se respetó el concepto humanista de la antigüedad, pero se introdujo el matiz del culto a la genialidad, más allá de la moderación, control y serenidad que había propugnado el humanismo primitivo.

En el ámbito filosófico predominaba el influjo platónico en el pensamiento renacentista. Se produjo la génesis de un nuevo concepto de la Naturaleza, considerada, ahora, como algo positivo. La vida terrena dejó de ser tránsito para otra vida, lo que indujo una nueva posición son respecto al mundo físico. A diferencia del planteamiento de distancia entre Dios y la creación en la época medieval, la presencia de Dios en todas partes, en esa Naturaleza, generó el denominado panteísmo, en la que la Naturaleza era una prolongación de la divinidad. La emergencia de las ideas no era en el ámbito de la Iglesia, como antaño, y, en muchos casos, no estuvo de acuerdo con las propuestas, reaccionando incluso con violencia, como atestigua el final que sufrió, por ejemplo, Giordano Bruno, quemado en la plaza pública en 1600.

Surge con pasos cautelosos el tratamiento científico. La propuesta de Pitágoras en el siglo VI a.C. que proponía la existencia de leyes que regían los procesos naturales, lejos de la visión mágica donde el capricho de los dioses gobernaba el devenir del mundo y sus habitantes, ahora volvía a tomar fuerza y vigor y se trataba de descubrir las leyes que subyacían a los fenómenos naturales. Había que estudiar y descubrir las leyes. Ahora se retomaba la cuestión y mediante la observación y el experimento se configuraba el método empírico. Galileo aportaba un método lapidario al afirmar que “mide lo que se pueda medir y lo que no se pueda medir, hazlo medible”.

El método científico impulsó la actividad y propulsó multitud de inventos capaces de concitar una auténtica revolución. Independientemente del alcance de las invenciones que fueron aportando sus granitos de arena al desenvolvimiento del mundo material, el artífice de la revolución cultural fue la invención de la imprenta. Un dispositivo, convertido en herramienta capaz de clasificar a las personas según las habilidades con respecto a la misma. Nada menos que la transmisión de conocimientos fue lo que facilitó la imprenta. Los demás inventos contribuyeron en áreas concretas: la brújula en la navegación, el telescopio a la astronomía y una retahíla de dispositivos y herramientas que impulsaron desarrollo, directa o indirectamente.

El medio Ambiente comenzó a sufrir. La medida justa para desentrañar los secretos que guarda la Naturaleza y aprovecharlo en beneficio del progreso y el desarrollo de la Humanidad sin infringir daño a aquella, no parece haber estado claro nunca. Las consecuencias se aprecian pasado el tiempo. Es posible que los procesos iniciados concurran en una especie de proceso irreversible que ha ido sumando nuevas incorporaciones hasta alcanzar un zenit que no tiene vuelta atrás posible. En todo caso, no se puede poner en duda que el progreso que ha propiciado la Ciencia está asociado más aque con la Ciencia misma, con el uso que de ella hacemos.

Distintas revoluciones han ido jalonando el devenir de la Humanidad. Los inventos han sido muy numerosos, pero revoluciones han habida muy pocas. Se cifran en cinco. La revolución industrial del siglo XVII, asociada al maquinismo; la revolución informática, asociada al ordenador de la década de los 40 del siglo pasado, la revolución de la electrónica, asociada a los circuitos impresos, poco después; la revolución de la nanotecnología, asociada a los nano-instrumentos en la década de los noventa y la revolución de la robótica, asociada a la Inteligencia Artificial, en pleno vigor en la actualidad. Las demás no solo no han finalizado, sino que no han alcanzado ni siquiera la madurez. Cada una de estas revoluciones ha dejado o está dejando analfabetos por procesos no completados o ni siquiera comenzados en territorios singulares. La lucha de clases que introdujo el maquinismo, que no pocos debates intelectuales generó en su día y que no necesariamente se ha sabido solucionar por la Humanidad, hoy se ve superada por numerosos anafalbetismos en otros campos, disfrutados por los habitantes del primer mundo y no necesariamente van a llegar a disfrutar los habitantes de países en vías de desarrollo. Nuevas clases han surgido contribuyendo a minimizar la compasión de las gentes y provocar el desentendimiento de los pueblos.

Estamos abducidos por lo que creemos modernidad o postmodernidad, sin reparar nuestro propio analfabetismo. El desarrollo solo tiene sentido si participamos de él. La Ciencia propicia progreso, es la única forma de lograrlo, siempre y cuando las aportaciones alcancen a la Humanidad en tiempo y forma. Los altibajos de la economía, que desgraciadamente parecen ser las únicas alteraciones a las que somos sensibles, nos afectan en grado sumo a todos los miembros de este mundo. Precisamente su falta de control científico es la que la hace imprecisa, caprichosa, impredecible. La única forma de paliar su efecto es la educación, porque es la única que nos capacita para adaptarnos a los efectos perniciosos y consecuencias impredecibles. Es preciso que impulsemos la educación, en fondo y forma. Es una auténtica emergencia la necesidad de educación en un país como el nuestro. No es una pose, no es una exageración, es una necesidad y no solo un reto. Nunca llegaremos a ser libres, de no ser educados. Las apariencias engañan. Disfrutar una aportación tecnológica no necesariamente nos hace más libres, ni siquiera más felices. Solo la educación es capaz de lograrlo.