Columnas
Ya es (casi) de dominio público que muchas de las características de los individuos de cada especie están determinadas por su “genoma”, el conjunto de instrucciones (genes) “escritas” en un largo texto lineal de cuatro letras (cuatro compuestos químicos diferentes) que constituyen la molécula del DNA. También conocido es que hemos aprendido a determinar la secuencia de letras de esos textos y sabemos así “qué dice” el DNA de uno u otro organismo, sea hombre, ratón o trigo. Ello nos permite comparar unas moléculas de DNA con otras para tratar de identificar aquellos genes que podrían ser responsables de las capacidades peculiares de cada especie. Surge entonces una cuestión de particular interés: ¿permite esa comparación, realizada con nuestro genoma y el de nuestros parientes evolutivos más próximos, identificar aquellos genes responsables de los caracteres específicamente humanos, aquellos que nosotros mismos consideramos los más nobles, como el lenguaje o la capacidad de razonamiento? Desafortunadamente, sobre todo para aquellos que siguen considerándose el producto de un acto único de creación divina, la comparación, hace ya años, de nuestro genoma con el de nuestro primo evolutivo más cercano, el chimpancé, demostró que tenemos prácticamente los mismos genes y, además, que apenas existen diferencias en la secuencia de letras de cada uno de ellos. Surge entonces la hipótesis de que lo que nos hace humanos no es contar con componentes distintos a los del chimpancé, sino en combinarlos de forma distinta, en cuales de ellos ponemos en cada lugar (en cada célula) aspecto éste que conocemos como “regulación de la expresión de los genes”. De ahí que últimamente se haya puesto especial énfasis en comparar el hombre y otros primates no para buscar diferencias en cuanto a sus genes, demostrado ya que son prácticamente los mismos, sino en cuanto a su expresión en distintos tejidos. En esa dirección va un trabajo, publicado el 6 de diciembre en la revista “PLoS Biology”, de investigadores chinos y alemanes dirigidos por los Dres. Khaitovich y Pääbo (conocido este último por su estudio del genoma de los neandertales). El trabajo demuestra notables diferencias entre el hombre y el chimpancé (o el macaco) en aspectos significativos de la regulación de la expresión génica precisamente en dos regiones cerebrales como el cerebelo, responsable del lenguaje, y el córtex prefrontal, responsable del razonamiento abstracto y de la memoria operativa. (Nota final: ningún político entre los individuos analizados).