Artículos Académicos
Artículo publicado como Columna de la Academia por el Diario La Verdad, el 20 de febrero de 2016
La producción es inherente a la vida. Aunque la energía ni se crea ni se destruye, sí puede transformarse en energía más utilizable y empaquetada. Las plantas captan la energía solar y la transforman en materia orgánica asimilable por los herbívoros. Estos consumen plantas y las convierten en carne, con la energía más empaquetada y digerible. Pero estas transformaciones son poco eficientes e implican pérdidas disipando calor. Además, los seres vivos necesitan dedicar parte de la energía consumida a mantenerse a sí mismos y su metabolismo, es decir crecer, reproducirse, reparar daños, buscar alimento. Ocurre exactamente lo mismo a nivel de ecosistemas y de cualquier estructura derivada de la actividad humana. La tendencia -tanto a lo largo de la evolución biológica, como en el proceso de construcción de los individuos (desarrollo), de los ecosistemas (sucesión ecológica) o de las sociedades- es a crecer en complejidad. Ello permite incrementar la eficiencia, es decir, utilizar en sí mismos la mayor cantidad posible de la energía consumida. Pero aunque esto permite un crecimiento en estructuras y competitividad, al mismo tiempo, esta complejidad también supone un incremento muy importante de los costos de mantenimiento.
Por esta razón no es lo mismo crecer o producir mucho que ser muy productivo. La productividad es la relación entre lo que se produce y lo que se consume y, por tanto, determina cuanta producción queda disponible para que otros puedan usarla. Ejemplos de sistemas productivos son un campo de cultivo, un prado o una laguna costera. En cambio, los sistemas que se han hecho muy complejos, aunque en términos absolutos almacenen una gran biomasa, en realidad, como tienen muchas estructuras que mantener, autoconsumen todo lo que producen (como las selvas tropicales o los arrecifes de coral), por lo que no pueden ser explotados sin ser destruidos. Los sistemas humanos que crecen en exceso pueden llegar a sobrepasar el equilibrio y lo que necesitan para mantenerse suele ser superior a lo que realmente producen. Entonces se ven obligados a explotar a los sistemas de su entorno para poder mantenerse. Actualmente los sistemas económicos y de evaluación de la producción, científica por ejemplo, se basan en medir la producción (número de artículos publicados) y no la productividad (número de artículos en relación a las infraestructuras con las que se cuenta). Si realmente queremos invertir inteligentemente deberíamos primar a los que hacen más con menos, pero evidentemente esto cambiaría radicalmente la distribución de presupuestos, desde las Universidades a las Comunidades Autónomas.