Artículos Académicos
Érase una vez una nave espacial que abandonaba la Tierra camino de las más oscuras profundidades del Universo. Al cabo de varios años de viaje, y siguiendo las instrucciones de vuelo, el segundo piloto conectó los potentes altavoces externos para preguntar a sus desconocidos vecinos ¿hay alguien ahí? Vivimos en un planeta corriente, que gira alrededor de una estrella vulgar, formando parte de un conjunto situado en uno de los brazos de una galaxia espiral normal. Habida cuenta de los miles de millones de galaxias y de sistemas solares que pueblan el Universo, no es lógico pensar que sea la Tierra el único planeta que alberga vida tal como nosotros la entendemos, basada en el agua, el oxígeno y el carbono. El terrícola, además, se cree inteligente, es decir, parece que la Tierra es propicia para la vida inteligente. Pero ¿por qué no pensar en otro concepto de vida basado en el ácido sulfúrico, el potasio y el molibdeno? Esos seres podrían tener la forma de un tomate nuestro o quizás ser invisibles, o seguramente jamás imaginados por nuestro limitado juicio, o tener un coeficiente intelectual mil veces el de Einstein. Seguramente la gran proeza humana de llegar a la Luna no es más que un juego de niños para ellos. Es cierto que la Tierra se encuentra en una posición privilegiada, ni demasiado cerca ni demasiado lejos del Sol, es decir, ni muy caliente ni muy fría, para que la vida, tal como la conocemos, sea posible, pero en parecida situación, con respecto a su estrella, podríamos hallar cantidades ingentes de planetas donde se dé otro tipo de vida y otra clase de inteligencia. ¿Por qué no damos con ella? De existir, ¿por qué no se comunican con nosotros? O puede que lo estén haciendo y no seamos capaces de percibirlo. Estoy plenamente convencido que sus señales son muy claras, pero el hombre las obvia porque se siente el rey del Universo, y en realidad los terrícolas no son más que una pandilla de mentecatos en auto-extinción. Aquellos mensajes son nítidos: cuida tu planeta azul, sus ríos, sus mares, sus animales, su atmósfera. El terrícola bípedo se ha erigido en el emperador del Cosmos y sin embargo nadie lo ha coronado. Se cree más listo que cualquiera de cuatro patas porque está muy cerca de fabricar un ordenador cuántico, pero demuestra poco seso cuando permanece de brazos caídos contemplando la exterminación de los bosques o la explotación del hombre por el hombre.