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null ¿Es la universidad la solución?

Todos los años por estas mismas fechas soy testigo de idénticas situaciones de angustia a la que se enfrentan muchos jóvenes, y sus familias, a la hora de elegir las carreras que forjarán su futuro. Es el drama de las preinscripciones, problema desconocido para quienes fueron buenos estudiantes y planificaron su futuro con la suficiente antelación. Pero éstos no solo proyectaron, sino que se sacrificaron en su momento para que, poco tiempo después, aquellos esfuerzos dieran sus frutos y sus ilusiones no se vieran truncadas. Supongo que debe ser muy frustrante no poder estudiar aquello con lo que uno siempre soñó. En estos días también suele ser habitual que alguien nos recuerde aquello de que “la universidad es una fábrica de parados” o los clásicos problemas de la universidad española. Todo ello, aderezado con un paro juvenil estratosférico, el más alto de la Unión Europea, forma un cóctel que sería explosivo en cualquier país civilizado, pero “Spain is still different”. Aun así, de nuestras aulas salen excelentes científicos, médicos, ingenieros o arquitectos muy reconocidos por los países económica y tecnológicamente más avanzados. Dejando de lado, pero no menos importante, el fracaso de la actual enseñanza secundaria y las nefastas consecuencias que pronto nos deparará el Tratado de Bolonia, hay que afrontar la lógica inquietud de quienes se preguntan si merece la pena la enseñanza superior. La universidad, ciertamente, adolecerá de todos los problemas que uno pueda imaginar, a fin de cuentas es un reflejo de la sociedad, pero siempre será el templo del saber, la vanguardia del conocimiento y por ello es la encargada de impartir la enseñanza superior. Acudir a sus aulas y laboratorios es la mayor garantía en la adquisición de conocimientos para los jóvenes que, dispuestos al esfuerzo, deseen la mejor preparación para el ejercicio de la profesión elegida. No voy a reiterar la penosa situación del mercado de trabajo español, pero los estudios más recientes multiplican por diez la probabilidad de empleo de un universitario frente a quien no lo es, sin contar las diferencias salariales y la estabilidad. Los cuatro, o más, años de universidad nada tienen de desperdicio, pues a lo anterior se suman las oportunidades de conocer otras culturas europeas, aprender idiomas o ponerse al día en tecnologías informáticas, piezas todas clave a la hora de lograr el primer empleo.