Columnas
Ahora que uno de los posibles síntomas de la covid-19 es la anosmia (pérdida del olfato) quiero subrayar la importancia de este sentido en el avance de la medicina. Quizás fue Hipócrates uno de los primeros en usar su olfato como indicador de enfermedades humanas. Desde entonces, los médicos han sido capaces de reconocer que los olores, liberados por el cuerpo o por el aliento de los pacientes, cambian con la presencia de enfermedades. Esta información fue una valiosa herramienta para evaluar y diagnosticar las condiciones de muchos pacientes, siglos antes de que se desarrollaran sofisticados instrumentos analíticos. Resultan muy curiosos los términos descriptivos empleados para referir los aromas asociados con ciertos trastornos: en la diabetes el aliento huele a “quitaesmalte de uñas” y si falla el hígado a “pez rancio”. La piel tiene olor propio y huele a “hedor de viruela” en la viruela, a lúpulo en niños con hiperaminoaciduria, a “pan integral recién horneado” en el tifus y a “carnicería” en la fiebre amarilla. En algunas ocasiones, el cambio de olor es notable en el sudor, como en la rubéola que huele a “plumas recién arrancadas”.
Los médicos usaron (con un énfasis cada vez menor) el reconocimiento de olores hasta principios de la década de 1980, década en la que aparecieron las primeras narices electrónicas (conocidas como e-nose). Son dispositivos pequeños, portátiles que proporcionan resultados de diagnóstico rápidos y eficientes. Además, causan menos estrés y dolor en los pacientes y ningún efecto secundario. Se basan en la detección y análisis de los gases presentes en el aliento humano expirado. Su fundamento radica en que las enfermedades (que surgen por diferentes mecanismos, como son trastornos metabólicos, la exposición a toxinas o la presencia de microorganismos) alteran los procesos fisiológicos normales del cuerpo humano. Es decir, las enfermedades originan la producción de mezclas únicas de sustancias químicas anormales en el cuerpo. Independientemente de dónde se produzcan estas sustancias, el sistema circulatorio las acaba recogiendo y, finalmente, muchas son expulsadas a través de los pulmones. En consecuencia, el análisis de las complejas mezclas gaseosas de compuestos orgánicos volátiles liberados por nuestros pulmones al respirar, proporciona valiosas pistas de diagnóstico sobre la presencia de procesos patológicos. Esta emocionante área de detección y diagnóstico de patologías acabará siendo crucial en etapas tempranas de enfermedad, lo que mejorará los pronósticos y permitirá tratamientos más tempranos y efectivos con una mejor recuperación de los pacientes.