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null ¡Si yo fuera rico!

No cabe duda de que el gran éxito evolutivo de los organismos pluricelulares se basa en la colaboración. Esta colaboración entre células, tejidos y órganos permite generar un entorno adecuado para, entre otras cosas, obtener y asimilar nutrientes, defenderse de depredadores y patógenos o para reproducirse y perpetuar la especie. Sin embargo, no todas las células del organismo aceptan de buen grado esta colaboración. En determinados casos aparecen células egoístas o tramposas que deciden romper las reglas del juego y que, si nada se lo impide, se multiplicarían sin ningún control para formar un tumor maligno.

En la mayoría de los casos, afortunadamente, nuestro organismo es capaz de deshacerse de estas células tramposas gracias a la existencia de unos genes denominados supresores de tumores. De ellos, el p53 o el BRCA1 son de los más conocidos y los humanos disponemos de dos copias activas de cada uno para frenar la progresión de las células descarriadas. Sin embargo, este bajo número de copias nos hace altamente susceptibles a desarrollar tumores, ya que mutaciones desactivadoras de estos genes o alteraciones en sus proteínas codificantes, por ejemplo, por la acción de algunos virus (como el del papiloma humano), permiten a las células tramposas prosperar y generar tumores.

En este sentido, las ballenas y los elefantes son claros ejemplos de la importancia de ser rico en genes supresores de tumores. Uno podría pensar que a mayor número de células más cáncer, pero lo cierto es que los elefantes y las ballenas tienen una de las tasas más bajas de desarrollo de cáncer dentro de los mamíferos. Esta aparente contradicción, conocida como la paradoja de Peto (el honor al estadístico británico Sir Richard Peto), ha intrigado a los científicos durante muchos años. Ahora, algunas investigaciones indican que los elefantes poseen hasta 40 copias del gen análogo a p53 y en las ballenas se han detectado hasta 71 genes supresores de tumores, un número mucho mayor que en cualquier otro mamífero. Todos estos genes y copias adicionales reparan mucho más efectivamente el daño celular y eliminan las células mutadas antes de que puedan desarrollar un tumor.

Por lo tanto, el ser humano se encuentra en una situación inestable frente al cáncer que recuerda a “Un violinista en el tejado” y, por lo tanto, no podemos dejar de entonar la canción ¡Ay, si yo fuera rico…en genes supresores de tumores!