Artículos Académicos

null Tecnología e ingeniería en la España de El Quijote

Muchos han sido los homenajes que se han rendido a los grandes genios del arte y la literatura del Siglo de Oro, siendo el más reciente el de Cervantes en el IV centenario de El Quijote. Sin embargo, ninguno se ha hecho a los grandes ingenieros e inventores de esta época para reconocer la extraordinaria labor que hizo posible la existencia de un Imperio que, entre otras cosas, permitió el florecimiento de la cultura, y cuya decadencia comenzó, precisamente, cuando dejaron de tenerles en cuenta. Probablemente, todavía no nos hayamos recuperado de esa torpe visión que culminó cuando un grupo de “intelectuales”, siguiendo la famosa «polémica de la ciencia española» afirmaban que nunca había existido aportación científica o tecnológica relevante de España por una supuesta incapacidad del español ante la ciencia o la técnica, frente a la excepcional dotación para las artes y las letras. En la famosa frase de Unamuno «que inventen ellos» se sintetiza todo este trágico pensamiento que no valoraba socialmente el trabajo de los científicos e ingenieros y que dejó a España al margen del progreso. Dos ejemplos de ingeniería hidráulica y térmica bastan para ilustrar este gran error. Probablemente nuestra cruda realidad hidráulica sería muy distinta si hubieran tenido continuidad y apoyo institucional los trabajos de ingenieros tales como Lastanosa, autor de la Acequia Imperial de Aragón, o del abastecimiento de Nápoles; Juan de Herrera, autor del abastecimiento de aguas de Valladolid, citado por Cervantes como una de las maravillas de la ciudad; o de Turriano, constructor del artificio para elevar agua del Tajo al Alcázar, reconocido por todos sus contemporáneos como la máquina más admirable de la época. Pero todavía más excepcionales resultan las aportaciones en ingeniería térmica del prolífico inventor Jerónimo de Ayanz, quien patentó una máquina de vapor que permitía extraer agua de las minas, como demostró en las minas de plata de Guadalcanal. Este diseño se adelantó “un siglo” al considerado, hasta hace poco, como el precursor de la revolución industrial inglesa: el de Thomas Savery. Resulta increíble la enorme similitud de ambos ingenios a pesar del tiempo que les separa, lo que demuestra el carácter visionario de nuestro ingeniero. La falta de industrialización de los siglos siguientes y el comienzo la larga decadencia científica y tecnológica de España hunden aquí sus raíces. Reconocer nuestros errores y rendir homenaje a quienes lo hicieron con acierto aunque nunca se lo reconocieron es una pequeña y justa reparación que nuestra historia nos demanda.