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Según el Diccionario de la Real Academia Española, una serendipia es un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. El término chiripa, muy utilizado en lenguaje coloquial, podría considerarse como un sinónimo de serendipia, pero se refiere comúnmente a eventos fortuitos en la vida cotidiana, generalmente intrascendentes. En la historia de la ciencia son frecuentes las serendipias. Es un mito muy extendido que algunos de los mayores descubrimientos científicos han sido hallados por absoluta casualidad, pero se olvida decir que estas casualidades se producen en investigadores con muchos años de investigación a sus espaldas.
A finales de 1945, el ingeniero estadounidense Percy Spencer estaba trabajando en su laboratorio con una serie de magnetrones, instrumentos que permiten convertir la energía eléctrica en microondas electromagnéticas. Hasta aquí un día normal en su vida, de no ser porque a Spencer le gustaba el chocolate. Solía llevar barritas de chocolate en su bolsillo, que de vez en cuando las comía mientras trabajaba. Pero un buen día, las barritas comenzaron a derretirse en el bolsillo cuando Spencer estaba trabajando cerca de uno de los magnetrones. ¿Podría ser que el calor que desprenden las microondas pudiera calentar la comida? Lo que había descubierto Spencer no era otra cosa que las microondas electromagnéticas de baja intensidad producen vibraciones y rotaciones en las moléculas de agua de los alimentos expuestos a ellas, de forma que estas vibraciones se convierten en calor a gran velocidad. Debido a que la mayor parte de los alimentos contienen un importante porcentaje de agua, pueden ser fácilmente cocinados de esta manera. Así es como nació el primer horno comercial de microondas.
Otro ejemplo de serendipia lo proporciona el descubrimiento del cisplatino como agente anticancerígeno. En 1965, el biofísico Barnett Rosenberg estaba estudiando el papel desempeñado por un campo eléctrico en la división celular. Para examinar esto, tomó un cultivo de Escherichia coli en un medio de amoniaco y cloruro amónico como regulador del pH y aplicó una corriente eléctrica mediante unos electrodos de platino “inertes”. Observó que las bacterias dejaban de dividirse. Reinvestigado el proceso, llegó a la conclusión de que los electrodos de platino no eran inertes y en el medio cloruro amónico amoniacal habían formado el compuesto cis-Pt(NH3)2Cl2, es decir, cisplatino, capaz de interaccionar con el ADN celular. Así surgió uno de los agentes anticancerígenos más potentes conocidos.