Artículos Académicos
Nuestros ojos se mueven continuamente para colocar nuestra fóvea, la zona central de la retina que nos proporciona la visión de detalles, sobre los objetos que requieren nuestra atención. Estos movimientos oculares se denominan sacádicos. Se trata de una danza continua ya que realizamos más de 60.000 de ellos al día. Tras cada movimiento nuestra visión queda suprimida durante un breve período de tiempo (unos 50 milisegundos) en el cual nos quedamos prácticamente a ciegas, por un mecanismo que se denomina “supresión sacádica”. Si sumáramos la duración de todas estas supresiones sacádicas, podríamos decir que pasamos alrededor de 1 hora al día sin ver, y sin percatarnos de ello. Y además, tras cada uno de estos movimientos el cristalino, la lente en el interior del ojo, debería moverse por inercia. El impacto de estos movimientos sería un emborronamiento de las imágenes en la retina, y por lo tanto de nuestra visión. Sin embargo no tenemos la sensación de que la lente se mueva cada vez que cambiamos la dirección de mirada. Para explorar este asunto, construimos en nuestro laboratorio un instrumento para registrar los movimientos del cristalino tras realizar movimientos sacádicos. Observamos que el cristalino oscila después de cada movimiento sacádico emborronando durante unas décimas de segundo las imágenes en la retina. Al mismo tiempo se produce el ‘micro-apagón’ en nuestro sistema visual que dura un tiempo similar a ese vaivén del cristalino y que evita que notemos las imágenes “movidas”. Las razones neurológicas de la supresión de visión post-sacádica no están claras. Lo que nosotros encontramos fue que esa interrupción de la vista tras cada movimiento del ojo y las oscilaciones del cristalino tienen una duración similar, por lo que podrían estar de alguna forma sincronizadas. Dicho de otra forma, nuestros resultados pueden sugerir que nuestro sistema visual desarrolló una estrategia de protección contra la degradación de la imagen retiniana durante los movimientos oculares en la que se priorizó la ‘micro-ceguera’ temporal impuesta por el cerebro a una visión con fenómenos anómalos por los emborronamientos que pudiera resultar confusa y molesta. Pero esto es todavía una especulación y solo nuevos experimentos podrán dilucidarlo. Lo cierto es que se trata de un bello mecanismo de compensación. Si el cristalino estuviera “anclado” al ojo, el enfoque a objetos cercanos se vería dificultado. Al no estarlo, tras mover el ojo oscila y emborrona las imágenes, pero durante un pequeño periodo de tiempo en el que el sistema visual “desconecta”.