Artículos Académicos
La semana pasada se anunciaron con la fanfarria habitual los premios Nobel. Los premiados en Física y Química han sido una sorpresa para casi todos, distinguiendo la ciencia aplicada: los diodos emisores de luz (LED) azules (Física) y las técnicas de super-resolución en microscopía (Química). Uno de los ganadores del premio Nobel de Física ha sido Shuji Nakamura, un ingeniero de origen japonés nacionalizado norteamericano, que trabaja en la Universidad de California en Santa Bárbara. Nakamura ya era un científico muy conocido en todo el mundo, también en España pues había ganado el premio Príncipe de Asturias de investigación en 2008. Por supuesto por sus trabajos con los LEDs azules, pero también por su lucha personal contra la compañía Nichia, para la que trabajaba cuando realizó esas investigaciones. Los LEDs rojos y verdes existían desde los años 50, pero su equivalente azul se resistió durante décadas. No era un asunto menor pues sin azul, no se podía completar la triada de colores de la luz blanca, necesaria para las aplicaciones en iluminación o pantallas. Nakamura, basándose en trabajos de Akasaki y Amano, convenció a su empresa para dedicarse a la búsqueda del LED azul. El riesgo era muy alto, como también el posible beneficio. En Nichia apoyaron a Nakamura aunque sus investigaciones estuvieron a menudo cuestionadas por el temor a que fracasaran. Finalmente, el LED azul fue una realidad y las patentes de Nakamura proporcionaron enormes sumas de dinero a la compañía Nichia. Sin embargo, Nakamura fue “recompensando” por el trabajo y las patentes con sólo 20000 yenes (menos de 200 euros). Esto es algo normal en Japón y otros países, donde las empresas que asumen los riegos económicos se quedan con las multimillonarias ganancias. Los científicos e ingenieros se conforman con su salario y el reconocimiento como inventores. Pero Nakamura demandó judicialmente a Nichia reclamándole una parte del dinero ganado con sus patentes. Esta rebeldía contra lo establecido no debió resultarle fácil. Aunque finalmente llegaron a un acuerdo por el que Nichia pagó 8 millones de dólares a Nakamura, una parte muy pequeñas de los beneficios, este emigró a Estados Unidos. Su batalla legal cambió en parte las relaciones laborales de los científicos en Japón. Parece justo que quien pone la inventiva y el conocimiento comparta una parte de las ganancias. Y también me parece justo que al cabo de 20 años le hayan dado el Nobel a Nakamura, aunque muy probablemente ya no necesite el dinero.