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null Los romanos no estaban locos

Por medio de la orina se eliminan parte de los residuos que se originan en nuestro metabolismo. Se trata de un líquido valioso por algunos de sus componentes, propiedad conocida y aprovechada por nuestros antepasados desde tiempos muy pretéritos. En época reciente se tienen asimismo ejemplos de todos conocidos. Baste recordar que Azarías, el protagonista de “Los santos inocentes”, la entrañable novela de Delibes, orinaba en sus manos para que no se agrietaran, y que hoy en día se emplean con profusión cremas basadas en urea, compuesto químico presente en la orina ya que es el producto de degradación de las proteínas que ingerimos. La cantidad no es despreciable pues, en promedio, variable en función de la dieta, un adulto elimina por esa vía alrededor de 20 gramos cada día.

Este líquido esencial protagonizó una singular moda en la antigua Roma. Algunos romanos empleaban la orina como dentífrico, y entre la aristocracia se difundió la idea de que la más eficaz a este propósito era la de Lusitania, región bien alejada de la urbe, en una esquina de la Península Ibérica. Algunos dicen que la fama se debía a que la dieta de los lusitanos era muy ácida, lo que hacía la orina más efectiva.  Esta explicación no parece muy fundada desde el punto de vista científico. Más ajustada podría ser la que se basa en un simple razonamiento: ya que los lusitanos eran guerreros con fama de valentía y fiereza, su orina debería recoger esas cualidades y ser la que mejor resultado proporcionase. Razonamiento que convence fácilmente a quien quiere dejarse convencer y demostrar al mismo tiempo su poderío económico.

En nuestra actual cultura esa moda nos repugna, y si hubiese llegado en su momento a oídos de Obélix, el fiel compañero de Astérix, quizás habría sentenciado su opinión con su conocida frase: ¡están locos estos romanos! Desde luego no lo estaban, al menos por esta moda. Habría locos, como en todos sitios y culturas, pero a buen seguro, como corresponde al pueblo latino, habría pillos que se encargarían de dar gato por liebre, esto es, de vender a buen precio orina obtenida en la misma ciudad como si se tratase de líquido procedente de los aguerridos lusitanos. Cuanto mayor fuera el precio, mayor sería la supuesta calidad del producto, y la aristocracia romana lo pagaría con gusto por ser un líquido exclusivo.  Una prueba, como tantas otras, de estupidez humana.