Columnas
Aunque cotidianamente asociamos la cultura a manifestaciones artísticas, en realidad esta se define como el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” y el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” La cultura, como conjunto de conocimientos que se traduce en modos de vida y costumbres, tiene sentido adaptativo, favoreciendo la supervivencia de nuestra especie. Las manifestaciones artísticas, como los juegos en los niños, quizás sean formas de afianzar y entrenar nuestras capacidades intelectivas. La cultura actúa como los genes, fijando comportamientos que permiten evitar problemas y reaccionar de forma adecuada si estos nos sorprenden. Como las condiciones ambientales y el hábitat son distintos para cada población, a lo largo de la evolución humana han surgido y coexistido culturas diferentes, cada una adaptada a su entorno. La gran diferencia con la genética mendeliana y la selección natural darwiniana (al margen de la epigenética) es que los “genes” culturales son más flexibles que los cromosómicos y se transmiten de forma lamarquiana (los caracteres adquiridos por una generación pueden transmitirse a la siguiente).
Algunas de las manifestaciones culturales más conspicuas tienen que ver con la sexualidad o la alimentación y se imponen en forma de tabúes fuertemente arraigados. Casi todas las culturas evitan el incesto, reduciendo los riesgos de homocigosis perjudiciales y, restringen la promiscuidad, evitándose la expansión de enfermedades venéreas y el debilitamiento de los vínculos familiares, aunque, dependiendo del grado de aislamiento de la población, puede favorecerse el intercambio con foráneos, ya sea amistoso o forzado, incrementando la diversidad genética y la supervivencia en condiciones cambiantes. Las restricciones (como no comer cerdo) o las preferencias alimentarias (por sabores picantes o amargos) suelen tener que ver con la prevención o defensa ante enfermedades infecciosas y parásitos. Generalmente, la persistencia de esas manifestaciones culturales se refuerza con normas impuestas por líderes espirituales e incluso leyes.
Con el cambio de las condiciones ambientales, muchas manifestaciones culturales pueden perder su sentido adaptativo, surgiendo enfrentamientos generacionales o movimientos que tratan de desacreditarlas, ridiculizarlas y finalmente abolirlas. Nuestra cultura europea se ha caracterizado por fuertes restricciones a las relaciones sexuales y la imposición de periodos de ayuno y abstinencia (como no comer carne durante la cuaresma y los primeros viernes de mes). Los años 1960 supusieron un cambio cultural que relajó sustancialmente las restricciones en ambos aspectos, señalándose la religión como promotora de esa falta de libertad. Resulta interesante comprobar como resurgen leyes que inhiben las relaciones sexuales u obligan a no comer carne (cambiando los lunes por los viernes) de la mano, curiosamente, de ideologías herederas de los movimientos que promovieron su derogación. Parece una prueba de que el valor para la supervivencia de la cultura termina produciendo convergencia adaptativa, reactivando expresiones “génicas” dormidas. Nada nuevo bajo el sol.