Artículos Académicos
Hace exactamente 50 años el mundo entero quedó impactado al saber que los soviéticos habían conseguido poner en órbita un satélite. El Sputnik 1 medía tan solo 58 cm. de diámetro y giraba alrededor de la tierra a 30.000 km/h. Sin embargo, lo más importante no fue el extraordinario acontecimiento científico-tecnológico de situarse en el espacio exterior orbitando la tierra, sino la superioridad que simbolizaba en la guerra fría sobrevolar los EE.UU. cuatro veces al día. El sputnik se convirtió en un icono que demostraba la posibilidad real de viajar por el espacio y de que los soviéticos podían ganar la carrera por la colonización – científica y económica- del espacio. Al mismo tiempo, poner un satélite en órbita implicaba disponer de la ingeniería necesaria para la fabricación de cohetes, cuestión crítica en la carrera armamentística de la guerra fría. Existían razones científicas evidentes para explorar el espacio, sin embargo el motivo que más impulsaba a las autoridades soviéticas no fue otro que derrotar a EE.UU. Dinámica en la que también cayeron éstos llevando a acabo acciones que obedecían más a la pulsión del poder político que a una planificación científica racional. Este fue el caso del cohete Vanguard y del estrepitoso fracaso del lanzamiento del satélite en diciembre de 1957. Instalados en esta dinámica, el siguiente paso de los soviéticos fue el lanzamiento del Sputnik 2, con la perrita Laika a bordo. Desde luego como espectáculo mediático no puede criticarse su lanzamiento, pero como hazaña científica deja mucho que desear: el satélite no consiguió separarse de la sección propulsora y además falló el sistema de control térmico, lo que provocó el achicharramiento de Laika. A este satélite le sucedió rápidamente el Sputnik 3, dotado de sofisticados sistemas de medida para evaluar ciertos fenómenos atmosféricos, pero la precipitación de las autoridades y la impaciencia política por el éxito del lanzamiento impidió registrar datos científicos de interés. Finalmente, en marzo de 1958, los EE.UU. lanzaron el Explorer 3. Esta vez se pudieron observar los cinturones de radiación alrededor de la tierra, que se denominaron como cinturones de Van Allen en honor al diseñador de los instrumentos que grabaron el fenómeno, consiguiéndose así el primer éxito científico derivado del dominio de la ingeniería aeroespacial. En consecuencia, no fueron los que realizaron el primer vuelo espacial los que obtuvieron el primer descubrimiento científico, sino los que tuvieron el acierto de planificar y coordinar la ciencia, la tecnología y la ingeniería.