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null Exceso de confianza

Columna de la Academia publicada el 11 de mayo de 2019 en el Diario La Verdad

Los dirigibles son artefactos voladores, evolución lógica de los globos aerostáticos cuando se les incorporan motores de propulsión y timones de navegación. En los primeros años del siglo XX se diseñaron artefactos de este tipo, cada vez mayores y más perfectos. En la década de los años 1930, una empresa alemana se propuso lanzar al mercado un gran dirigible que permitiese cruzar cómodamente el océano Atlántico en mucho menos tiempo que los buques transatlánticos. Hasta aquí todo normal, pues se trataba de mejorar comunicaciones por medio de avances tecnológicos, y nadie mejor para ello en aquel momento que la ingeniería y ciencia alemana, fiable y de bien ganada fama.  Sin embargo, si uno se para a pensar, la idea no parece tan buena. El tal dirigible, que por razones de estrategia política se denominó Hindenburg, tenía una longitud de 245 metros, esto es tan solo 24 menos que el Titanic, con una altura equivalente a un edificio de trece pisos y anchura promedio cercana a los 40 metros. En otras palabras, una auténtica mole difícil de manejar y sobre la que tenían que influir las condiciones meteorológicas. Pero eso no es lo peor. Un dirigible se sustenta porque contiene un gas menos denso que el aire. Los ingenieros alemanes diseñaron el Hindenburg para que el gas de sustentación fuese helio. El problema se originó cuando el mayor proveedor de helio del momento (los Estados Unidos de América) no quisieron suministrar el gas, y los responsables optaron por reemplazarlo por hidrógeno. Es evidente que, por muchas precauciones que la técnica adoptase, la cosa era arriesgada porque el helio es inerte pero el hidrógeno arde en contacto con el oxígeno del aire, siempre que haya una chispa que provoque la ignición. Con esa masa gigantesca de hidrógeno y el artefacto navegando en medio de la atmósfera en la que se producen fenómenos eléctricos, la tragedia estaba cantada. Sucedió el 6 de mayo de 1937. Al intentar sujetar el dirigible al poste de amarre en Lakehurst (Nueva Jersey) estalló un violento incendio que calcinó el Hindenburg en menos de 40 segundos y dio al traste con las comunicaciones basadas en dirigibles. Murieron 36 personas. Los avances en la ciencia y en la tecnología han de ser audaces e incluso arriesgados, pero no tienen que olvidar en su aplicación las normas básicas de lógica y prudencia. A veces el exceso de confianza puede transformarse en una imprudencia de fatales consecuencias.