Columnas
A finales del siglo XIX ya se había demostrado el origen bacteriano de la mayor parte de las enfermedades infecciosas y se conocía a las bacterias causantes. Sin embargo, quedaban algunas de origen desconocido cuyos agentes no cumplían los Postulados de Koch. Tales postulados indicaban que, para establecer la relación de causa a efecto, los patógenos deberían aislarse, cultivarse y reproducir los síntomas de la enfermedad tras re-inoculación experimental. Numerosos e infructuosos intentos para crecer estas nuevas entidades en medios microbiológicos convencionales, que son inanimados, condujeron a la evidencia de que la propiedad más distintiva de los llamados virus es la dependencia de células vivas para su cultivo, lo que a su vez determinó que los virus estudiados inicialmente se limitaran a patógenos de animales y de plantas.
El descubrimiento de la existencia de los virus como agentes infecciosos distintos de las bacterias se debe a personajes de la ciencia con escaso eco cultural entre el gran público, pese a la deuda de gratitud que les debemos. Es el caso del holandés Beijerink o del ruso Ivanowsky. Entre otras aportaciones, al primero debemos la distinción entre los virus y las toxinas bacterianas, y al segundo la demostración de que estas nuevas entidades biológicas, a diferencia de las bacterias conocidas, podían pasar a través de los filtros bacteriológicos.
Pero el primer hombre que vio un virus (casi sin reconocerlo como tal y además con un microscopio óptico) fue el escocés Buist, cuando en 1897 realizaba estudios sobre la viruela en la Universidad de Edimburgo. Hay que destacar que la mayor parte de los virus son demasiado pequeños para poder observarlos por microscopía basada en la amplificación de ondas luminosas, y que su visión requiere normalmente el uso de microscopía electrónica. Sin embargo, algunos poxvirus, como el productor de la viruela, son una excepción por su anormal tamaño. Empleando métodos clásicos de tinción similares a los empleados en bacteriología, Buist observó gránulos característicos en el fluido de las úlceras provocadas por la enfermedad, de los que llegó a determinar su diámetro. Ahora sabemos que esos gránulos son los poxvirus infecciosos. Posteriormente otras personas repitieron esta observación e identificaron también dichos corpúsculos como los causantes de la viruela. En un típico ejemplo de olvido científico, después del fallecimiento de Buist, los cuerpos de inclusión descubiertos por él se denominaron corpúsculos de Paschen en Alemania, corpúsculos de Guarnieri en Italia o cuerpos de Borrel en Francia.