Columnas
Hace poco más de un siglo, Julio Broutá (1866-1932) publicó La ciencia moderna (1897), de cuyo prólogo adjunto varios párrafos, en los que expresa con meridiana claridad la importancia de la divulgación científica.
“Presentar la ciencia bajo un aspecto ameno, hacer fácil y agradable la enseñanza de las leyes que rigen el orden universal, exponer en forma literaria, lúcida y elegante, los resultados obtenidos, tanto en el terreno de la especulación como en el de la práctica, por la actividad humana; en una palabra, difundir las luces, vulgarizar las ciencias, es una tendencia propia de nuestra época, contrastando con los tiempos anteriores, en que los sabios y los eruditos, sea por creer que así se granjeaban mayor admiración y autoridad, sea por temor á que la ciencia sufriera, democratizándose, menoscabo, sistemáticamente evitaban ponerse en comunicación con la generalidad de sus semejantes, reservando los frutos de sus esfuerzos intelectuales para el estrecho círculo de sus colegas ó de los discípulos que escuchaban ó leían sus doctas y muchas veces abstrusas elucubraciones.”
Tras exponer el peso concedido por la prensa europea a la divulgación científica, se refiere al caso de España en los siguientes términos: “[…] puede decirse que nuestra prensa se mantiene á respetuosa distancia de las cuestiones científicas. Y, sin embargo, la mayoría de los lectores se interesan vivamente por dichas cuestiones; pero aunque así no fuera, estimamos que la prensa, cuya misión no es solamente reflejar, sino también encauzar é ilustrar la opinión pública, debería prestar mayor atención á estos asuntos. La prensa española […] no merece la totalidad de las censuras. Buena parte de ellas corresponde á nuestros sabios de profesión. Estos dejan á plumas tan modestas como la nuestra el cuidado de hacer conocer á los profanos los productos que salen de sus talleres intelectuales […]. A estos sabios recuérdoles las palabras de Fray Luis de León: «Si escondiereis debajo del celemín la candela de vuestra vida, forzoso será quedaros á obscuras.» Dejad brillar á los ojos de todos vuestra luz, no enterréis vuestro talento á fin de que fructifique; de las opíparas mesas de vuestro saber dejad caer, para la muchedumbre, las migajas.”
“No hay nada más pernicioso, para el universal progreso, que esas acumulaciones muertas de conocimientos; es menester que entren en la circulación general. A nuestro ver, constituye un deber social para nuestras eminencias del saber el ponerse en comunicación intelectual con el vasto auditorio de cuantos buscan ilustración sin querer penetrar en el sagrario de los austeros estudios.”
¿Qué más se puede decir? Desde esta columna se contribuye al requerimiento que se hacía a los científicos de finales del siglo XIX, y que sigue siendo vigente en la actualidad.