Columnas
Columna de la Academia publicada en el diario La Verdad el 14 de septiembre de 2013.
En estas columnas han podido leer a menudo nuestros alegatos por una mayor inversión en actividades de investigación como un medio de mantener y mejorar los niveles de bienestar. Hemos advertidos de los riesgos de no tener un tejido científico adecuado, ser un país dependiente y poco competitivo. Por otro lado, en estos años de recesión el debate de la priorización de los fondos públicos disponibles se ha acentuado por razones obvias. Hemos oído, o pensado, preguntas como: ¿Hasta que punto están justificados gastos elevados en investigación cuando podrían directamente dedicarse a aliviar a los sectores más desfavorecidos?; o ¿debemos gastar millones en un centro de investigación gastronómica (por ejemplo) cuando parece que hay chiquillos que sólo comen cuando están en la escuela? Estas disquisiciones siempre me han parecido más bien demagógicas y mal planteadas. Creo que sólo invirtiendo en ciencia y tecnología (correctamente, claro) podremos ser competitivos y aumentar la riqueza del país y, al menos esperablemente, reducir los niveles de pobreza. Pero mis convicciones en este asunto se han tambaleado en una realidad más extrema que la nuestra. La semana pasada asistí a un congreso en la bella ciudad del Cabo en Suráfrica. Un país de más de 50 millones de personas donde la desigualdad social es extrema. En el que convive un sector de la población con estándares de calidad de vida excelente con millones en unas condiciones de pobreza evidente, ciertamente aumentada por el contraste. Las conferencias tuvieron lugar en unos edificios con infraestructuras excelentes y mis colegas surafricanos presentaron una ciencia de nivel mundial y planes ambiciosos (y extremadamente caros), como el gran telescopio surafricano. Y claro allí, las preguntas anteriores me parecían tomar otra dimensión. Sin duda, el interés de los científicos surafricanos es aumentar la inversión en investigación (ahora del 0.8% de su producto interior bruto) para hacer más competitiva su economía. Nada que objetar, por supuesto. La gran duda es si en una situación tan extrema de desigualdad social ese es el camino más óptimo. O si simplemente es una vía para incidir aún más en las diferencias. A nivel mundial, los datos muestran que la pobreza (todavía abrumadora) va reduciéndose, pero no así los niveles de desigualdad. Es ciertamente un debate abierto si las políticas científicas actuales sirven fundamentalmente para mantener privilegios de las élites (personales o nacionales) o es la mejor herramienta (la única, junto a la educación) para mejorar la calidad de vida de todos.