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Cuando se evoca el término Alquimia a uno le viene a la mente la escena de un destartalado laboratorio con redomas, alambiques y animales disecados en las paredes junto con un barbudo anciano que vigila con atención el fuego. Si se pregunta por el objetivo del alquimista, la mayoría responderá que se trataba de transformar el plomo u otro metal en oro, y difícilmente llegará más allá. Esa idea ha estado arraigada desde tiempos muy pretéritos, tanto para unos que sabían de la falacia, como para otros que ingenuamente la creían. Ya en el año 290 el emperador Diocleciano, temeroso de que el oro de imitación obtenido mediante el Arte Egipcio, nombre con el que también se conocía la Alquimia, pudiera afectar la economía de Roma, ordenó la destrucción de todos los textos y materiales relacionados con la fabricación de oro. Este temor ha sido recurrente durante siglos. El Papa Juan XXII estableció en 1310 penas muy severas para los que traficasen con el oro alquímico, de forma similar a lo dictado años después en 1404 por Enrique IV de Inglaterra, quien declaró esta fabricación como un delito contra la Corona. Pero la idea alquímica va mucho más allá de la simple transformación que asustaba a los regidores y engañaba a los ingenuos. No se trataba de algo concreto y único sino de una obra compleja que pretendía conocer la naturaleza y alcanzar la perfección. Comprenderla no es sencillo pues pertenece a otra órbita cultural. Francis Bacon expuso un curioso paralelismo entre la Alquimia y el hombre que dijo a sus hijos que dejaba oro enterrado en su huerto. Por mucho que sus hijos excavaron, el oro no apareció, pero la fertilidad del suelo mejoró.
Dice el saber popular que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Podría decirse que algo tendría la Alquimia cuando mentes tan preclaras como la de Isaac Newton invirtieron tiempo y esfuerzos en su práctica. Un texto del siglo XVII recomienda al alquimista: “que la naturaleza te guie, y tú síguela en tu arte, porque errarás si no es la compañera de tu camino. Que la razón te sirva de cayado, y la experiencia te asegure sus luces para que con ellas puedas ver las cosas lejanas”. No podemos juzgar las ideas alquímicas con los actuales conceptos científicos. Por el contrario, hay que enmarcarlas en su época, en la que podían arrojar alguna luz sobre los escasos y oscuros conocimientos.