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Existen numerosas evidencias que demuestran que muchos de los medicamentos que han supuesto verdaderos avances en la terapéutica de muchas enfermedades han sido consecuencia de observaciones y descubrimientos casuales más que de un diseño racional de los mismos. Uno de los ejemplos más emblemáticos de estos descubrimientos fortuitos es el de la penicilina, realizado por Alexander Fleming el 28 de noviembre de 1928, que abrió una nueva era –la de los antibióticos- no sólo en la historia de la medicina sino, también, de la humanidad.
De todos es conocido que este descubrimiento lo realizó Fleming al observar que una sustancia excretada por un hongo del género Penicillium – que accidentalmente, había contaminado un cultivo de estafilococos que estaba estudiando -, había provocado la muerte de las células bacterianas que se encontraban en su proximidad.
Aunque Fleming publicó sus resultados en la revista “British Journal of Experimental Pathology” (1929), sugiriendo la posibilidad del uso terapéutico de este extracto, al que denominó penicilina, éstos despertaron poco interés en la comunidad científica.
Fue diez años después (1939), cuando estos resultados atrajeron la atención del profesor H. W. Florey (Oxford) quien, junto con el Dr. E. B. Chain, obtuvo preparaciones crudas de penicilina, demostrando su extraordinaria utilidad en la terapéutica infecciosa: inicialmente (1940), observando cómo una dosis de penicilina protegía de la muerte a ratones infectados con dosis letales de estreptococos y, posteriormente (1941), observando la respuesta en pacientes infectados por estafilococos y estreptococos y su escasa toxicidad. Sin embargo, el gran desafío era producir penicilina a escala industrial cuando aún no se conocía su estructura química y, en consecuencia, no era posible producirla sintéticamente.
Esta situación, provocó que, en plena II Guerra Mundial, se firmara un proyecto de colaboración anglo-americano – auspiciado por la Fundación Rockefeller y con la colaboración entre las compañías Merk, Pfizer, Squib y Abbot e instituciones académicas y gubernamentales -, basado en dos tipos de actuación: 1) mejorar los procesos de fermentación utilizados y 2) determinar su estructura para proceder a su síntesis química. La consecución del primer objetivo permitió que en el desembarco de Normandía ya se dispusiese de suficiente penicilina para combatir las infecciones de las heridas de guerra. La síntesis no se consiguió hasta 1957 (J.C. Sheehan) después de que Dorothy Crowfoot Hodgkin (1945) demostrara, mediante difracción de rayos X, la estructura beta-lactámica de la penicilina.
Estos hallazgos provocaron que el Premio Nobel de Medicina (1945) recayese sobre Fleming, Florey y Chain.